
Vivimos una realidad compleja en la que es difícil saber qué valores humanos priorizar para su defensa. Las amenazas son muchas, son graves. Concertar un accionar en su defensa es confuso a veces; peligroso casi siempre. Hablo de muerte, prisión, violencia moral; persecuciones de todo tipo y calibre. Y cuando descrédito es grande y parece que la indiferencia está de moda, surgen líderes sociales –mujeres y hombres que luchan por un mundo mejor- que a menudo pagan un muy alto precio. Vaya como ejemplo Marielle Franco en Brasil, Milargo Sala en Argentina o la adolescente palestina Ahed Tamimi [1].
Las persecuciones van hasta donde les parezca necesario a los poderes de facto, inmisericordes. Con ser estos asuntos tan graves y dolorosos, empalidecen ante el escenario de las constantes guerras sin fin. Hoy martirizan Siria como antes destruyeron Irak o Vietnam o Libia… Es tan larga la lista que me excuso de intentar agotarla y como dice ese video de una adolescente israelí que circula “quienes son los buenos y quiénes son los malos”.
En el cono sur de América Latina, sin llegar a la guerra, vivimos horas que inquietan con la muerte, la prisión injusta o las persecuciones infames. En Brasil, el Parlamento, lleno de corruptos, destituye a Dilma por razones de muy dudoso valor, pero ampara la impunidad de su sucesor acusado de delitos probados. Es bueno recordar, aunque fue hace muy poco, los pasos dados antes de atacar a Lula.
Se habla mucho de valores en un clima de época que banaliza la tragedia y la vemos por los grandes medios y las redes como un show que le pasara a otros. Tragedia oculta, o mal contada, por medios que esconden la realidad por intereses y razones que no se animan a confesar. La justicia parece hemipléjica: mano dura para unos, condescendiente con otros, criminales éstos de la peor especie, responsables de los peores delitos contra la humanidad y sus más caros valores. Y me estoy acercando a Uruguay.
¿Cómo llegamos a esta situación? Porque no tenemos una jerarquía de valores donde las personas estén mejor consideradas que las cosas. Porque el derecho ampara la propiedad antes que las necesidades más elementales y básicas, las humanas. Porque al decir de Ellacuría [2] la ‘cultura del capital’ se impuso a la ‘cultura del trabajo’.
Llegamos a esta situación devaluando, -cada día- la importancia de la honestidad, la solidaridad, las buenas maneras, la palabra, el abrazo y la austeridad. Confundiendo integridad con bobera. Haciendo un pedestal para la viveza y reduciendo los logros personales a la apropiación material. Dime cuánto tienes… El consumo irracional e innecesario es la meca de la religión capitalista. Nos hinchamos que Uruguay produce alimentos para 30 millones de personas y podría hacerlo para 50 millones de consumidores. Sin embargo, no vemos que acá, a la vuelta de la esquina, hay personas con hambre. Quiero poner un ejemplo -cercano y actual- de esta construcción de antivalores que nos afecta, nos preocupa y hoy me ocupa.
Las cooperativas de vivienda por ayuda mutua han sido y son un modelo exitoso de acceso a la vivienda, reconocido en forma mundial. El sistema encuentra, desde siempre, una grave limitante en la falta de terrenos para construir. Hay que buscar ‘en el mercado’ que tiene una lógica mercantil. Desde la creación de Fucvam se le reclama a las intendencias que generen carteras de tierra para las cooperativas. La reticencia de la Intendencia de San José es legendaria. Pero a diferencia de otros, nuestros gobiernos locales, inmutables al paso de los años, se destacan por la generosidad con que se contempla las aspiraciones de los empresarios/inversores. Para ellos sí hay terrenos disponibles. Terrenos que se ofrecen como donación. De esa forma se reducen los costos de la inversión, se la hace más atractiva, se asegura una rentabilidad extra a quienes se supone que ‘asumen riesgos’.
En estos días se discutió en la Junta Departamental una donación de ese estilo. El Frente Amplio propuso que el terreno fuera entregado con varias condiciones –todas las que ya eran normales- y finalmente la empresa se compromete a donar la cuantía del valor catastral para la cantera de tierras.
Pero, oculto por el escudo de ‘las fuentes de trabajo’, apareció una defensa a ultranza de la ‘rentabilidad del capital’ con una profunda incomprensión del valor que tiene ‘la rentabilidad social’. No me parece casualidad ni cosa distinta a la pancarta que reza: “Rentabilidad o muerte”. Consigna que aparece y reaparece en ciertas movilizaciones y la vimos recientemente en el Consejo de Ministros en nuestro departamento.
Si hablamos de valores, esos que han desaparecido en el mundo y en nuestra aldea, si hablamos de valores humanos, creo que su construcción o su destrucción la hacemos todos los días, tiene lugar en los ámbitos reducidos de la sociedad y termina impactando en todas partes.
Hablemos de valores, de la verdadera rentabilidad social que tendríamos si apostamos a una sociedad más justa e igualitaria.
Edila Ana Gabriela Fernández – Casa Grande.
1 Tiene 16 años. Una cámara la captó abofeteando y dando patadas a dos soldados israelíes en Nabi Saleh, una pequeña localidad palestina de apenas 600 habitantes ocupada por Israel desde hace 50 años. Fue severamente juzgada, en un tribunal militar, a raíz del incidente.
2 Ignacio Ellacuría, rector de la Universidad José Simeón Cañas (UCA) de El Salvador, en la que fue asesinado en noviembre de 1989 junto a otros seis miembros de la Universidad.
Ilustración: Tiago Hoisel