La regulación de la venta del cannabis ha servido, como tantas otras cosas, para mostrar quién es quién. Algunos están muy asustados. El miedo, el terror ancestral a todos los tabúes les ha invadido. Y cuando la gente tiene miedo se vuelve agresiva. He escuchado y leído ataques feroces hacia los ideólogos de este proyecto, por parte de gente desesperada que pronostica el apocalipsis.
Tranquilos, nada va a volvernos adictos solo porque se venda en una farmacia. Por otra parte, para cualquier adolescente es mucho más fácil comprar un porro en una boca, que registrarse y dejar su huella digital en una oficina pública para poder adquirirlo. No es el cannabis y sus efectos sobre los neurotransmisores lo que les asusta. Es el miedo a dejar de prohibir.
Mientras algo está prohibido nos creemos que nos existe. Pero existe. Solo que se hace a escondidas. Y sin protección ninguna para quien compra mercancías o servicios, como sucedía con el aborto. Desde que se despenalizó, dejaron de morir mujeres por abortos clandestinos.
El miedo a los cambios, el miedo a lo nuevo, a desprohibir lo prohibido, nos muestra que -como dijo el peludo-sigue siendo más fácil romper un átomo que un prejuicio.
Sylvia Rotuno
Casa Grande Florida