Ante el golpe de Estado en Bolivia, Casa Grande declara:

Ante el golpe de Estado perpetrado en el hermano Estado Plurinacional de Bolivia, el pasado domingo 10 de noviembre, Casa Grande declara:

(1) Su más enérgico rechazo a dicho golpe de Estado.

(2) Su solidaridad con el presidente Evo Morales, quien ha sido presionado para renunciar a su cargo por parte de cuerpos armados policíacos y militares y por grupos civiles antidemocráticos.

(3) Su exhortación a que la comunidad internacional condene dicho golpe de Estado y clame por el inmediato reestablecimiento del Estado de derecho en Bolivia.

(4) Su exhortación a que se celebren elecciones libres, sin proscripciones y con todas las garantías, tal como el presidente Morales había convocado antes de verse obligado a presentar la renuncia a su cargo.

(5) El más absoluto rechazo a la violencia desatada en Bolivia y a las ominosas expresiones de odio y racismo que han irrumpido en los últimos días contra representantes del gobierno del MAS, mujeres indígenas y civiles movilizados.

(6) Su honda preocupación por que actos tan violentamente antidemocráticos y rupturistas del orden constitucional, como los que están sucediendo en Bolivia, no sean condenados por gran parte de los partidos de oposición en Uruguay.


Te presentamos nuestros énfasis

A continuación podés encontrar nuestros énfasis de campaña.

Creemos que la renovación del Frente Amplio pasa por incorporar nuevos liderazgos, porque las generaciones debatan y construyan juntas, porque los jóvenes y las mujeres puedan tomar la palabra y estén integrados e integradas a las decisiones. Pero pasa también por reconocernos en las ideas de libertad, igualdad, justicia, democracia, que caracterizaron siempre a nuestra fuerza política.

Y pasa por recuperar aquello que desde el origen hizo que los y las frenteamplistas nos enorgulleciéramos: el compromiso ético, la militancia, el compañerismo, la solidaridad.

Nuestra Casa es Grande. Sumate!


Constanza Moreira: Venezuela es un nudo gordiano de la política mundial

Compartimos la intervención de Constanza Moreira en el senado el jueves 14 de febrero sobre Venezuela.

Empiezo por lo primero en el sentido de que el tema viene acaparando la agenda mundial. Me pregunto por qué. No vi a los países de la Unión Europea o al señor presidente Trump preocupados por la destitución de Dilma Rousseff, por la prisión de Luiz Inácio Lula da Silva ni por la extrañísima elección en Honduras, en la que se demoró alrededor de veinte días en dar a conocer el resultado: había un 5% de diferencia a favor del otro candidato y la Corte Suprema de Justicia decidió permitir la reelección cuando, en realidad, estaba prohibida por la Constitución. No vi que armaran un escándalo, pero ¿a quién le importa Honduras?

Creo que Venezuela acapara la atención mundial porque es un nudo gordiano de la política mundial; allí están China y Rusia, y hay petróleo. Se trata de la vieja lucha por el poder geopolítico en América Latina.

La política exterior del Uruguay merece un reconocimiento, dado que un país pequeño como el nuestro protagoniza un encuentro con más de cincuenta países en el que logra hacer desensillar a la Unión Europea de su pretensión de celebrar elecciones en noventa días, mientras nombra un presidente encargado; repito: un presidente encargado. Más neocolonialista que ese lenguaje, imposible. El Uruguay es un país pequeño que logra desnudar lo que alguna vez llamé la mascarada del reconocimiento a Guaidó por parte de Trump y de la Unión Europea.

Guaidó tuvo 96.000 votos, y Maduro, 6:000.000. ¿Qué más podríamos decir que no haya señalado brillantemente el canciller? Hubo un 40% de participación electoral, y la participación para decirle que no al proceso de paz fue del 35%. En fin, no es por la participación electoral por lo que no se reconoce la legitimidad de Maduro.

No son elecciones fraudulentas las de Venezuela. Ese es un error y yo me dedico a ese tema. No son fraudulentas; el sistema electoral venezolano funciona muy bien, tienen votación electrónica. El fraude ha sido usado como amenaza política para deslegitimar el resultado electoral antes de que se produzca, lo cual es el sabotaje más terrible a la democracia porque la democracia es un sistema de elección de gobernantes donde no se sabe quién va a ganar, ¿no? Esa es la idea. El Consejo Nacional Electoral tiene cinco miembros. Dos de ellos fueron designados por la misma asamblea legislativa que hoy se arroga –por la mayoría que tiene– la potestad de ser el Poder Ejecutivo. Que un congreso quiera ser el Poder Ejecutivo es la cosa más loca del mundo. ¡Separación de poderes! No está bien que ese poder no funcione, porque el Poder Ejecutivo, en realidad, declaró que había habido elecciones fraudulentas en tales casos, pidió que se hicieran esas elecciones de nuevo y la oposición se negó. Todos tensaron la cuerda en la inoperancia de la Asamblea Nacional de Venezuela, pero la Asamblea Nacional de Venezuela no es el Poder Ejecutivo. Claro, puede destituir al Poder Ejecutivo como hizo el Congreso brasileño con Dilma, pero para eso faltan algunos pasitos intermedios. ¿Es legítima la Asamblea Nacional? Sí, seguro. Es legítima. Creo que también había proscripciones cuando se eligió la Asamblea Nacional y no le impidieron a nadie participar. Yo sí quiero recordar la historia uruguaya, porque el presidente Sanguinetti fue un presidente legítimo, a pesar de que en este país estaban proscriptos los dos principales líderes políticos: Wilson Ferreira Aldunate y Seregni. Sanguinetti fue un presidente legítimo y había proscripciones. Pero, además, el canciller también se refirió a eso. La actitud de no participar, el abstencionismo para deslegitimar instituciones es la peor práctica que existe. Es una mala práctica; yo no la aconsejaría nunca, salvo, claro, que estemos en dictadura, como lo hicimos en su momento.

¿Es legítimo el Gobierno de Maduro? Es legítimo el Gobierno de Maduro con el 46 % de los votos. ¿Hay presos políticos? En Brasil se llevaron como preso político al principal dirigente político de la oposición y acá a nadie se le movió un pelo. Reitero: al principal dirigente político de la oposición. Y ni voy a hablar de los asesinatos en Brasil. Ni voy a hablar de los trescientos asesinatos en Colombia. Pero, ¡claro! Eran campesinos, dueños de empresas de transporte. No importaban. Todos los días hay asesinatos en Colombia. Entonces en Brasil se llevaron preso al principal líder político en el juicio más turbio de la historia, dirigido por un juez que hoy es integrante del gabinete de Bolsonaro. ¡Es un escándalo! No es un escándalo solo para los que somos de izquierda; es un escándalo para cualquiera que tenga fe democrática en serio.

¿La legitimidad es un fundamento de origen? Lo que se cuestiona nunca es la legitimidad en el caso de Maduro sino la legalidad del proceso, y esto el señor senador Bordaberry debería saberlo mejor que nadie, porque su padre tuvo legitimidad de origen, pero fue juzgado por la ilegalidad del proceso. Entonces, cuando se discute la ilegitimidad de Maduro, digo «¡Qué raro! Porque lo que se discute acá es la ilegalidad del proceso; no es la legitimidad de Maduro». Y ahí pienso, «¡Pero, Constanza, no seas tronca!» ¿Por qué discuten la legitimidad? Porque discutir la legitimidad lleva al derrocamiento. Es una trampa mortal, pero es una trampa conceptual engañosa y venenosa. La legitimidad de Maduro está dada por un proceso electoral, de la misma manera que la legitimidad de la Asamblea Nacional está dada por un proceso electoral.

No hay democracias sensatas, señor senador Bordaberry; hay toda clase de democracias. Imagínese que la democracia funciona con la monarquía y para un historiador de la antigüedad hubiera sido impensable. Democracias con monarcas que dicen: «Y sí, Tony Blair, ahora podés ser primer ministro, pero lo tiene que decir la reina». Eso es muy extraño, pero en fin, hay democracias de todo tipo y tenor. Lo que mata a las democracias latinoamericanas hoy, antes y mañana son dos cosas –y hay litros de tinta escritos sobre eso–: la desigualdad y la injerencia externa que no ha dejado respirar a las repúblicas latinoamericanas desde que se liberaron de las cadenas de la monarquía. ¡Intervenciones extranjeras en América Latina es lo que sobra, señora presidenta! Pensemos en Chile, Haití, República Dominicana. Claro que si Artigas se levantara y viera a los países latinoamericanos coreando como ranas atrás de Trump, no mataría a nadie pero se moriría de nuevo.

La maniobra de declarar a Guaidó presidente contra Maduro –porque podían haber elegido a Falcón, que tuvo dos millones de votos, o a Bertucci, con un millón– es injerencista; es una maniobra colonialista y es violentatoria del derecho internacional, como ya lo explicó brillantemente Cancillería. Y no voy a abundar sobre eso, sobre la forma en la que se reconoce a los Estados y las condiciones que son necesarias para ello porque, además, mientras reconocen a Guaidó, todos están muy contentos en las embajadas, disfrutando de la seguridad que les da el Gobierno de Maduro, disfrutando de lo que el Gobierno de Maduro les proporciona y que hace viable esa actividad diplomática. Pero además es violentatorio del derecho nacional, porque creo que el artículo 233 de la Constitución venezolana no dice nada, nada que pueda encaramar a Guaidó como presidente.

Termino con esto. ¿Ayuda humanitaria? ¿Saben los problemas que tiene Venezuela para importar medicamentos, porque tiene las cuentas congeladas, porque no tiene crédito, porque se le quedaron con las reservas? ¡Y me vienen a hablar de ayuda humanitaria! ¡Pero es la hipocresía mundial! ¿Ayuda humanitaria? El pueblo venezolano puede estar sufriendo además de la polarización política que tiene por la mala gestión de Maduro o por la mala gestión de Chávez –qué duda cabe–, pero está sufriendo por el bloqueo económico; así que cuando el señor senador Bordaberry me venga a pedir que firme por las libertades políticas, yo le voy a preguntar si él estaría dispuesto a firmar en contra del bloqueo económico impuesto por Estados Unidos y secundado por los otros.

Imagen: ElImpulso.com

Una democracia plena, transparente y justa

El Senado aprobó el Código de Ética de la Función Pública, compartimos las palabras de la Senadora de Casa Grande, Constanza Moreira.

“No es la primera vez que parece que intentamos, por todos los medios, convertir lo que es un logro democrático, un logro legislativo, un avance normativo, camino a la consolidación de una democracia transparente, plena y justa, en un fracaso. La sensación que nos queda, además de un regusto amargo, es decir : ¡Qué suerte que estuve en esta sesión del Senado! ¡Qué buenas cosas aprobamos! ¡Cómo avanzamos! ¡Qué bien nosotros, qué bien el Uruguay, qué bien nuestra democracia! Como estoy –como muchos de nosotros– en la denodada tarea de levantar nuestra autoestima democrática en tiempos difíciles, no hablo de la autoestima del sistema de partidos sino de la autoestima democrática, ¡muy importante en estos tiempos porque quien no cree en sí mismo, no avanza!

Quiero decir que este proyecto de ley –hay que reconocerle al señor senador Carrera el trabajo que hizo para sistematizar y homogeneizar en una misma norma de jerarquía legal las reglas relativas al buen ejercicio de la función pública– es muy importante porque, además, nos pusimos todos de acuerdo para ampliar el ámbito de aplicación de las reglas del Código de Ética en la Función Pública y que apliquen también a los Gobiernos departamentales. ¡Muy buena cosa, señora presidenta! Y para eso requerimos el concurso de todos nosotros.

Se habla mucho de los entes autónomos, de los servicios descentralizados y de las empresas públicas –todo el mundo les da a las empresas públicas como si fueran del Frente Amplio, pero son de todos; no solo son un capital económico sino político del Uruguay que hay que preservar porque en ello nos va parte de la soberanía–, pero el ámbito de aplicación refiere a los Gobiernos departamentales. No es el primer esfuerzo que hacemos en ese sentido. Recuerdo que cuando topeamos los salarios de los funcionarios públicos lo votamos por mayoría especial, por unanimidad, para que aplicara también a los Gobiernos departamentales. ¿Por qué digo esto? Porque, desde el punto de vista de la transparencia, Uruguay tiene un debe en el sentido de que no logramos que las mismas reglas que aplican a la Administración central, y que hacen que los ingresos al Estado sean por concurso y que todos los ciudadanos tengan derecho a concursar, se apliquen a los Gobiernos departamentales. La Oficina Nacional del Servicio Civil nos informó que el 50 % de los funcionarios que trabajan en las intendencias departamentales son de designación directa. Eso no está bien para una democracia que quiere dejar atrás el clientelismo, que también es corrupción porque es compra de votos. La práctica del clientelismo es tan vieja como el mundo y Uruguay tiene toda una tradición al respecto. No voy a referirme al tema extensamente, pero sobre él ha escrito libros Real de Azúa.

Entonces, ¿qué quiero celebrar de este proyecto de ley? Que todos nos ponemos de acuerdo para decir que estas normas se aplican a todos. Igualmente, quedará en el debe la aprobación de una norma que haga que lo que rige para la Administración central también rija para los Gobiernos departamentales y las empresas públicas. Ya lo conseguiremos. El señor senador Heber decía que este tema no es de izquierda ni de derecha, pero sí es político. No hay nada más político que la corrupción, señora presidenta. No es algo que con un discurso moral logremos entender ni corregir. Es político. ¿Por qué? Porque la capacidad de un gobierno, la decisión y la intención política de crear reglas que controlen la corrupción, es lo primero. Puede haber personas corruptas, pero la corrupción es un sistema. Alguna autoridad de los institutos internacionales dijo que la corrupción es como un tango: se baila de a dos. Siempre hacemos énfasis en el funcionario público corrupto, pero no penamos al corruptor. ¿Quién es el corruptor? El empresariado, la riqueza, los ricos, etcétera, etcétera. Es un sistema que tiene esas dos partes.

Le pregunté al señor senador Carrera cuántas normas aprobamos que tengan vínculo directo o indirecto con la corrupción. Me contestó que son veintiséis normas legales –a una de ellas se refería el señor senador Martínez Huelmo–, entre las cuales está la referida al lavado de activos y al financiamiento de los partidos políticos. Aún no hemos terminado de aprobar el proyecto de ley sobre financiamiento de partidos políticos. Tendríamos que decir: ¡Señores, con todo lo que pasa en América Latina, tenemos que avanzar con la ley sobre financiamiento de partidos políticos! El financiamiento oculto de la campaña –no le voy a llamar ilegal porque hasta que no se apruebe la norma es legal– es una de las fuentes de corrupción en América Latina, de arriba a abajo.

Respecto al acceso a la información, recordemos todas las discusiones que tuvimos en el período pasado cuando el Gobierno hizo esfuerzos para salir de la lista gris de los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, OCDE. Y decían: ¡ustedes se curvan ante la OCDE! ¡No, no! Había que celebrar los acuerdos de información, especialmente con Argentina, para evitar esto en un país que fue plaza financiera y que tuvo un grado gigante de opacidad respecto de las operaciones financieras durante décadas. ¡Y nos jactábamos de ser plaza financiera!

También quiero mencionar a Brasil porque no puedo dejar pasar por alto el enchastre, que se hace en este recinto, de los gobiernos progresistas. En Brasil, los escándalos del Lava Jato se llevaron puesto a todo el mundo. Pero si observamos el porcentaje de políticos de los partidos que tienen procesos iniciados, no digo sentencia firme, la verdad es que los del PT son unos santos. El primero es el PP y el segundo es el PMDB, incluyendo a Temer.

Además, como me dedico a la política y no a la ética, no soy juez y a todo le hago una lectura política, debemos recordar que Oderbrecht es un escándalo denunciado por Estados Unidos porque una empresa latinoamericana tuvo el descaro de lanzarse al mundo y ganar contratos de obra pública superimportantes en Estados Unidos. Ahora, miren cuántas empresas, después de Enron, son declaradas corruptas, grandes empresas norteamericanas que no dudo que tengan las mismas prácticas que Oderbrecht. Traten de encontrar un escándalo de corrupción de ese tipo por parte de las grandes empresas norteamericanas. No lo van a encontrar. ¿Qué digo, con esto? Que las prácticas están extendidas, pero es el poder del denunciante lo que hace que algunas cosas se develen y otras no. Por eso, me extraña que en Estados Unidos no haya más denuncias por prácticas fraudulentas, por sobornos y conductas abusivas como las deben tener las empresas estadounidenses en todo el planeta. Búsquenlas. Hoy me tomé ese trabajo, pero no las hay. A Oderbrecht la conozco de memoria, pero a las otras no las vi.

También quiero decir que durante el proceso en que a Collor de Mello se lo obliga a renunciar por delitos de corrupción –finalmente, la Justicia lo declaró inocente; es la parte de la que nadie se acuerda–, su tesorero, Paulo César Farías, es asesinado. La justicia brasilera –en esa época yo vivía en Brasil– dijo que la mujer lo asesinó por un escándalo pasional. ¿A quién se le ocurre que el tesorero de Collor de Mello fuera asesinado por un crimen pasional? Es un caso parecido al de Nisman, que estaba encerrado como en prisión domiciliaria y, de repente, lo matan. Esa Justicia brasilera que hoy condena a Lula, en aquella época se animó a decirle a todo el pueblo brasilero que Paulo César Farías había sido asesinado porque la mujer estaba celosa, pero Farías era un gordo viejo y su mujer una joven y hermosa mujer. ¡No sé cómo hacía Paulo César Farías para tener una amante! ¡Ese proceso legal fue un escándalo en el Brasil de aquella época!

Después de eso –voy a hacer un reconocimiento a los gobiernos del PT, incluyendo la delación premiada– el PT aprobó muchas leyes, muy duras, de control de la corrupción, incluyendo algunas muchísimo más severas que las que tenemos de financiamiento de partidos porque –todo aquello de la plata en las cuecas, que quiere decir la plata en los calzoncillos, es decir, plata que se encontraba por aquí y por allá– si en Uruguay alguien anduviera con una valija de dinero, no sería imputable por el marco normativo que tenemos. Quiere decir, entonces, que lo que pasó en Brasil también es resultado del marco normativo exigente que se dieron los gobiernos del PT.

Por cierto, no hubo gobierno más corrupto que las dictaduras, que son, curiosa y paradójicamente, aquellas a las que se invoca cuando las democracias están bajo el foco de la corrupción. ¿Qué decían los que marchaban contra Dilma? «Mejor la dictadura». Señores y señoras, ¿a alguien se le puede ocurrir que una dictadura no es corrupta por definición? Es corrupta en el sentido más antiguo del término. Los griegos decían que los gobiernos eran corruptos o virtuosos, y decían que eran corruptos o virtuosos según gobernaran en beneficio propio, o para los demás. La dictadura es un gobierno corrupto por definición, porque hay corrupción de la división de poderes que hace a la república. Sin embargo, la dictadura es lo primero que se invoca cuando las democracias están bajo el foco de la corrupción, y ahora voy a decir algo sobre eso.

Por supuesto, Uruguay está en la lista de transparencia de América Latina; lo repito en este recinto, una y otra vez. Claro: alguien, como el señor senador Ramos, me podría decir que esa lista de transparencia es una especie de sistema de jueces, que son empresarios, la alta burocracia pública, etcétera. No es muy objetivo el índice de transparencia, pero es lo que tenemos, y Uruguay aparece primero. Ahora bien, ¿Uruguay aparece primero por la cantidad de normas que se dio? No, a pesar de que vamos avanzando normativamente. Uruguay aparece primero porque hay un elemento más básico: si uno tiene muchos años de democracia –que es lo que tiene nuestro país: muchos, muchos años de acumulación democrática– va a tener más contrapesos entre los poderes del Estado, y entre la oposición y el Gobierno: uno gobierna y el otro lo fiscaliza. Esas son las cosas que han hecho a la cultura política uruguaya y que han generado que el Uruguay tenga menos corrupción, además de tener, sin duda, un Poder Judicial menos corrupto. Tengo mis problemas con el Poder Judicial, pero su corrupción es mucho menor. Ya vimos el escándalo que hay en México porque el señor López Obrador quiere controlar el sueldo de los jueces y le dijeron que la independencia de poderes implica que ellos cobran lo que quieren. Es decir que hay un gran escándalo porque a López Obrador, además de recortar todos los sueldos de privilegio del Estado, se le ocurrió meterse con los salarios del Poder Judicial, que son altísimos.

En todo caso, la cultura política, sus contrapesos, su índole republicana, la capacidad de fiscalización de la oposición, son lo que han hecho del Uruguay un país menos corrupto.

Ahora bien, ¿la corrupción es tributaria de los gobiernos progresistas? Eso no se puede sostener de ninguna manera, más que iniciando una suerte de provocación en escala, a la que trato de resistirme y no puedo, en primer lugar, porque es una provocación académica para mí. Eso es insostenible. Está Venezuela en el lugar número uno de corrupción, pero también aparecen Guatemala o Perú. Y ¿qué vamos a decir de la «caja B» del Partido Popular en España, de Berlusconi, de los emires del Golfo Pérsico o de Trump, rodeado de escándalos de corrupción? ¿Cómo puedo aceptar con mi silencio esta acusación? Es insostenible, sobre todo en el caso del PT y del Uruguay, si se consideran la cantidad de leyes que se aprobaron sobre esto.

No es la plata de la corrupción lo que funde a los países. No, señora presidenta. Macri está fundiendo a la Argentina. Hay USD 150.000:000.000 de deuda externa. Y después me hablan del proceso legal contra Cristina Fernández por «dólar futuro». A Dilma la sacaron por hacer traspaso de fondos. Eso es la pedalada fiscal, algo por lo cual ningún presidente en Uruguay sería enjuiciado. Lo que funde a los países son las malas políticas, no la plata de la corrupción. Me parece que eso es muy claro.

Quiero finalizar con algunas reflexiones de Gabriel Delacoste, politólogo, incluidas en un artículo titulado Pistas para pensar la corrupción, que salió en Brecha el 22 de marzo de 2018. Allí dice que cuando miramos los escándalos de corrupción: «Se devela un mundo manejado por negociados que influyen en los gobiernos de maneras mucho más directas de lo que quisiéramos, a través de los sobornos, los financiamientos a las campañas electorales, las redes de contactos, las amenazas de desinversión (también es corrupción que un gobierno tenga que someterse a privados con poder de destruir la economía). A veces, algún millonario decide resolver el problema del financiamiento de las campañas autofinanciándose, empeorándolo aún más al unificar en una sola persona el poder político y los negociados empresariales.

Y esto es apenas lo que sabemos. […] Pero también que la reacción de indignación que genera la corrupción hace de las acusaciones un arma poderosísima, que los medios de comunicación empresariales (muchas veces son parte de las mismas tramas corruptas) no han dudado en desplegar. Los informes televisivos y los tuits van más rápido que la justicia, y la propia justicia puede ser parte del juego. En estas condiciones, el cinismo y el “son todos iguales” cunden, generando efectos despolitizadores que tienen consecuencias políticas indiscutiblemente negativas, dejando la mesa servida para demagogos (muchas veces millonarios con abundante experiencia en los entretelones del poder)» ––llámese Trump, llámese Berlusconi– «que se opongan a “los políticos”».

Y termino, siempre con Delacoste: «La corrupción que vemos a nuestro alrededor es el reflejo sobre la política del creciente poder de los ricos y de una tendencia global en una dirección cada vez más oligárquica, en la que un pequeño grupo manda, está por encima de la ley y ejerce la violencia contra quienes se le opongan. Contra esta tendencia, lo que necesitamos no son políticos más virtuosos […], sino ir hacia otro régimen. Uno en el que no manden (o mejor, no existan) millonarios, tecnócratas y repartidores de cargos. En el que los asuntos comunes se gestionen en común, en el que las jerarquías puedan tocarle a cualquiera, en el que los delitos sean juzgados por pares, en el que nadie tenga los recursos para comprar a otro… », porque la corrupción no es solo la estatal, sino que es el poder económico el que corrompe. Gracias, señora presidenta.”


Bolsonaro: una construcción política engendrada por el golpe de Estado en Brasil

“Es el signo de los tiempos que los locos guíen a los ciegos” (William Shakespeare)

Miedo. Es el sentimiento que nos animó a muchos, conocidos los resultados de las elecciones de este domingo. Miedo. Miedo a un Brasil autoritario. Miedo al país más grande de América Latina gobernado por una extrema derecha nostálgica de la dictadura y partidaria de un liberalismo económico llevado hasta el extremo. Miedo por Uruguay. Miedo por Brasil. Miedo por América Latina.

Jair Bolsonaro superó todas las expectativas de voto. Las encuestas lo ubicaban por debajo del 40% hasta pocos días antes de los comicios, frente a un Fernando Haddad que crecía cada semana. Pero le faltaron semanas. Bolsonaro estaba instalado. Haddad no. El retraso con el que el Partido de los Trabajadores (PT) definió su candidatura –inevitablemente o no-, no lo ayudó. Aun así, votó excepcionalmente bien y demostró que el PT sigue siendo el único partido con la capacidad de hacerle frente a la derecha. Sí, el viejo y cuestionado PT, tan criticado por sus concesiones a la derecha, tan defenestrado por sus escándalos de corrupción, por suerte, existe. Y las esperanzas de un efecto de amortiguación de los vientos de derecha que soplan en Brasil recaen en este partido.

El voto de Bolsonaro refleja el pavor de las clases medias y medias altas a perder sus privilegios, el fantástico modo de vida que ostentaron históricamente frente a la pobreza de la inmensa mayoría del pueblo brasilero. Luego de dos siglos de gobiernos oligárquicos, el empoderamiento del pueblo brasileño que había empezado a combatir la gigante brecha entre ricos y pobres se enfrentó a la consigna: “no queremos ser Venezuela”. Esa es la bandera que se agita en el sur del país, en las grandes ciudades, en la playa de Copacabana, como antes se agitaba en contra de Cuba. Al progresismo le llaman progredumbre, y de la mano de un conservadurismo social bien alimentado por las iglesias evangélicas, el Brasil del atraso comenzó a ganar, nuevamente, su partida.

El petismo parece arrinconado en el nordeste empobrecido, mientras en San Pablo y Río de Janeiro campea Bolsonaro. ¿Cómo se explica esto? ¿Por qué el PT, un partido que surgió en San Pablo, en las grandes capitales, en el electorado moderno y educado de Brasil, transformó su ecología del voto para asentarse entre los pobres del nordeste brasilero? ¿Cómo el 50% que votó por Dilma Rousseff hace solo cuatro años hoy vota por Bolsonaro?

Jairo Nicolau, politólogo brasileño, señala que el 45% de las personas con estudios superiores votaron por Bolsonaro, mientras que solo el 25% de los pobres lo hicieron. Quienes lo defienden usan el término “restauración” y pregonan la vuelta a una sociedad “de valores”. La BBC Mundo (*) recoge el testimonio de alguien que expresa: “[lo voto porque] es conservador en las costumbres y liberal en la economía [porque] puede contener el deterioro de los valores y la cultura […] y que es fruto del marxismo cultural”.

Leí un titular de un diario uruguayo donde connotados dirigentes de la oposición decían que la culpa del voto de Bolsonaro en Brasil la tenía la corrupción del PT. Es como decir que la culpa de que una mujer sea violada la tiene su mal comportamiento, y no la bestia que la agredió. Porque la explicación más simple, y el hecho más significativo en el Brasil de estos últimos años, apunta al golpe de Estado. El golpe de Estado contra Dilma (porque de eso se trató el impeachment y no de otra cosa) es lo que conduce a Bolsonaro. De aquellos polvos vinieron estos lodos.

Bolsonaro no es una creación tan “de la nada” como Fernando Collor de Mello, pero se le parece. Saltó a la fama con su discurso contra Dilma en ocasión del impeachment. Sin pertenecer a un partido significativo, su figura se agrandó alimentada de carroña, de odio, de desprecio. Entre las elecciones anteriores y las celebradas ayer, su pequeño partido, el PSL, pasó de tener 8 bancas en la Cámara de Diputados a tener 52. Desplazó al MDB de Michel Temer (y de Eduardo Cunha) y al PSDB de Fernando Henrique Cardoso. Cómplices del golpismo, ninguno de estos dos partidos salió indemne. El MDB pasó de 51 bancas a 33 y el PSDB de 49 a 29. Ellos pusieron el huevo de la serpiente. Y allí anidó. Hoy se despliega impúdicamente sobre el paisaje de la resaca que dejó el gobierno de Temer.

El gran empresariado brasileño, las clases medias y medias altas, la población despolitizada y asqueada por los escándalos de corrupción que día a día inundaron los medios de comunicación, construyeron el primer gabinete con políticos y empresarios. Fracasaron. Hoy declinan su poder ante el gran “otro” de la política brasileña: las Fuerzas Armadas (hay que recordar que el candidato a vice de Bolsonaro, Hamilton Mourão, es también un militar). Esas que se mantuvieron intactas desde el fin de la dictadura, y que todavía ostentan prestigio entre la población que cree en el “milagro económico” brasileño durante los años de plomo. Y que piden seguridad y orden. Y que creen que una buena “mano dura” contendrá el desorden económico y social de Brasil (lo mismo que creyeron los monárquicos, en su época).

Para Uruguay, no pueden ser noticias peores. Un Mercosur implosionado por gobiernos poco proclives a una integración regional, un Brasil que se corta solo en la negociación con terceros, un gobierno conservador, religioso y autoritario del otro lado de la frontera, son todas malas noticias. La derecha uruguaya debiera entender bien cuál es el interés de Uruguay. Y ser sincera sobre la creación de Bolsonaro. No lo creó la izquierda, sino la derecha: es su serpiente, fueron sus huevos, fue su estrategia para desembarazarse de la izquierda lo que abrió la caja de Pandora. Y ahora que está abierta, todos se preguntan: ¿cómo pasó esto? Y sí…fue pasando…en cámara lenta. Todos lo vimos. La prisión de Lula, el Lavajato, la destitución de Dilma…y ahora, Bolsonaro.

Nada de esto es nuevo en el siglo XXI. La historia del siglo XX estuvo plagada de concesiones al fascismo y al autoritarismo con tal de que la izquierda no prosperara. Y son las clases medias y altas (la pequeña y gran burguesía), las que alimentan con su miedo a cualquier cambio en el status quo, estas serpientes. Por más tímida que sea la izquierda en sus políticas y medidas, para la derecha, es siempre un enemigo. De eso se trata. De borrarla de la faz de la tierra, de denostarla, de eliminar su prestigio de las mentes y corazones de quienes vieron en ella una esperanza. Porque por más inocua que parezca la izquierda, siempre tiene dentro de sí la semilla de la libertad, de la rebeldía, del poder a favor de los más pobres, de los humildes, de los explotados. Solo en este sentido, la izquierda alimenta a las derechas. Porque las enfrenta. Porque las desnuda. Y Bolsonaro es, exactamente, la derecha desnuda. La derecha tal cual es. Sin disfraces.

Y asusta.

Constanza Moreira

 

(*) BBC News Mundo, 8/10/2018 (https://www.bbc.com/mundo/noticias-america-latina-45781389).

 


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