Una temporada de rinocerontes

Hoy publicamos nuestro tercer Boletín Casa Grande, desde el comienzo de la pandemia. De allí hasta acá, muchas cosas han pasado.
La primera fue la aprobación de una ley importante, la que estableció el Fondo Coronavirus, con un ajuste a los altos salarios públicos y las jubilaciones, y que contó con el apoyo del FA. La segunda fue la puesta en marcha del proyecto de Ley de Urgente Consideración, que plasma de la manera más evidente la filosofía del nuevo gobierno. La tercera es el despliegue del gobierno en todo el territorio del Estado y el desmantelamiento de políticas que al FA le llevó años aprobar e implementar: desde el MiDeS hasta TNU.
El gobierno ha tenido la justificación más legítima imaginable para todos sus recortes y desmanes policiales y militares: la pandemia. Todos los recortes se hicieron en el Estado, en los salarios y en las jubilaciones. La idea del gobierno es defender al capital y al empresariado que será, en sus propias palabras “quien salvará al país”. Pero por ahora lo van salvando trabajadores y trabajadoras, el endeudamiento público y el BPS. Y todo va saliendo del mismo bolsillo.
Mientras tanto, se han sucedido declaraciones de todo tipo y tenor destinadas a poner un “cortafuego” a los avances (o resistencias) de un progresismo desfavorecido electoralmente pero cuya voz resuena aún muy potente en el espacio público. Las declaraciones cuestionando cualquier juzgamiento de los crímenes de lesa humanidad –sin que al gobierno se le mueva un pelo-, las guiñadas al sector más reaccionario de la iglesia católica (cuyos cuadros revisten en el gobierno, especialmente en la educación), las tremendas concesiones económicas que se le siguen haciendo a las fuerzas armadas (desde el porte de armas hasta la no exigencia de no llenar vacantes que rige para el resto del aparato del Estado), son las señales características del retroceso conservador.
Las medidas para enfrentar la pandemia del coronavirus han erosionado buena parte de lo que considerábamos “intocable” de la democracia: las elecciones democráticas se aplazan en todos los países y en el nuestro, los consejos de salarios se postergan y la ley de urgencia impide cualquier debate deliberativo ampliado.
La pandemia del coronavirus vino en América Latina en un período de expansión de las derechas. Es el efecto combinado de ambas cosas lo que impactará sobre salud de la democracia y el desarrollo de nuestros países. Buena parte de los anticuerpos políticos en estos momentos, los tiene que generar la izquierda. Todas las izquierdas (la social, la política, la cultural). El desafío es enorme. Y nunca como en estos momentos se requiere lucidez, imaginación, articulación y pensamiento crítico.
Constanza Moreira
A lo largo de esta campaña, dos proposiciones de supuesto sentido común con ropaje politológico se han intentado instalar en la opinión pública. La primera refiere a la necesidad de propiciar una alternancia en el gobierno y, la segunda, a la disposición a negociar que exhibiría el sistema político si el partido que triunfa en las elecciones no tuviera mayorías parlamentarias propias.
Empiezo por la primera, de gran notoriedad en estas horas, por los dichos de Luis Lacalle Pou frente la comunidad israelita: “Si no hay alternancia, hay dictadura”. Lo expresó ante el Comité Central Israelita, sin reparar en que, entre el público que lo festejaba, seguramente, habría defensores de Benjamin Netanyhau, quien ha sido primer ministro de Israel diez años consecutivos, con una experiencia anterior de otros tres años. ¿Se festeja la alternancia aquí pero no allá? Angela Merkel ha gobernado casi 14 años seguidos en Alemania, Felipe González fue presidente del Gobierno de España durante más de 13 años ininterrumpidos, ¿pero acá sería un problema que el Frente Amplio (FA) fuera reelecto para un cuarto mandato?
¿Dónde y cuándo se festeja la alternancia? ¿Se festeja cuando el gobierno lo perderían los otros, en este caso, el progresismo, la izquierda o el “populismo”, al decir de Julio María Sanguinetti (quien debería tomar clases de ciencia política)? ¿Pero nada decimos sobre los 93 años que gobernó el Partido Colorado en Uruguay? Este país no construyó, precisamente, una democracia sólida y longeva sobre el predominio de la alternancia, sino sobre la predominancia de un partido sobre el otro, el cual aceptó cogobernar como socio menor.
Pero sí, la alternancia es buena. Es buena cuando es efectiva, cuando hay alternancia de bloques de poder en la política, cuando, a veces, ganan los otros (las mayorías olvidadas, los más pobres, ese pueblo que, según algunos privilegiados, todo lo tiñe de “populismo”). Porque una alternancia entre partidos que piensan lo mismo, que gobiernan de la misma manera y con el mismo programa, y que representan los mismos intereses, no es alternancia. Es apenas una mudanza de apariencia, un gatopardismo político.
La segunda proposición del sentido común que se ha buscado instalar es que las mayorías parlamentarias son malas. Pero, ¿acaso la democracia no es el gobierno de las mayorías? Sin duda, las mayorías son buenas. Entonces, ¿qué mayorías son malas?
¿Las del FA, pero no las que, en el pasado, construyeron blancos y colorados juntos? Porque estas fueron las que dominaron la historia del Uruguay del siglo XX. Por supuesto que blancos y colorados desean tener mayorías propias, y ya querrían tener la enorme capacidad de disciplina que tuvo el FA para impulsar su programa propio. No se trata de otra cosa. Tan es así, que el propio Lacalle Pou impulsaría una ley de urgente consideración de 500 artículos para el inicio de su eventual gobierno. Difícil imaginar algo más impositivo para comenzar una nueva administración.
El FA jamás hizo eso. Votó cada ley, buscó negociarla y, en última instancia, la aprobó con sus propios votos. ¡Cuánto buscamos que la oposición nos acompañara en la ley de despenalización del aborto, en el presupuesto nacional para la salud pública, en la creación de la Universidad de la Educación o en la hechura de las políticas sociales! Lo buscamos más allá de la necesidad de sus votos. Nunca tuvimos su apoyo. Pero lo buscamos. Hoy, la oposición dice que, de ganar las elecciones, presentará una de las famosas leyes “totales” con las que nos imponían desde los acuerdos con el Fondo Monetario Internacional (FMI) hasta la regulación del juego de mosqueta. En caso de ganar, no solo usarán sus mayorías, sino que pretenderán ser, desde el principio, “una aplanadora”. Es su propia desconfianza de sostener una mayoría propia la que los llevaría a modos de aprobar leyes absolutamente reñidos con la ética y la cultura parlamentaria. Esto ya lo vivimos. No confían en sí mismos. Saben que sus acuerdos están pegados con alfileres. Y que se traicionarán los unos a los otros rápidamente.
Se necesitan mayorías para gobernar, esa es la verdad más simple. Y cuanto más consistentes sean programáticamente, mejor. Una mayoría construida con alfileres sólo se pondrá de acuerdo en lo más mínimo y, por consiguiente, no avanzará en nada bueno.
La alternancia es buena, qué duda cabe. La democracia es un régimen de gobierno en el que “a veces, ganan los otros” y en el que no nos dominan los mismos de siempre. Ese “a veces”, en Uruguay, fue la izquierda. Porque el largo siglo XX uruguayo fue dominando por los blancos y colorados. Nosotros fuimos y somos, aún, el gran intruso en la política. Ellos la dominaron casi siempre.
Estos años han sido nuestra oportunidad. Y no lo hemos hecho nada mal. Al final, eso es lo que se verá en octubre.
Constanza Moreira es senadora del Frente Amplio.
La inesperada votación frenteamplista del domingo 24 dejó un gusto agridulce. Alguien escribió: “Nunca hubo una derrota tan dulce, ni una victoria tan amarga”. A los frenteamplistas, que esperaban verse derrotados por cuatro o cinco puntos porcentuales, el “empate técnico” les permitió recuperar autoestima, entusiasmo e identidad. Aunque ven muy difícil descontar los votos que faltan, sienten que aún no se han ido y “ya empezaron a volver”. Para la coalición opositora, en cambio, ver cómo se retiraban los anuncios del triunfo de Luis Lacalle Pou en las portadas de algunos medios de comunicación y eran reemplazados por un cauto “empate técnico” redundó en pérdida de entusiasmo, dudas sobre el resultado, y la pérdida de la sensación de ser “dueños” de la mayoría del país.
Es por eso que el lunes ganadores y perdedores parecían confundirse en una suerte de “estado del alma” en el que el Frente Amplio (FA) se sentía victorioso (aunque no lo fuera), y la oposición se sentía acorralada (aunque no lo estuviera). La rapidez de los anuncios sobre un posible gabinete, así como los desmanes del Centro Militar –y las amenazas de intervenciones violentas de un ex militar–, deben ser entendidos en el marco de la ansiedad por recuperar el terreno perdido el domingo. También la demanda de un pronunciamiento de Daniel Martínez para confirmar un resultado invoca un simulacro de fuerza, en medio de una profunda interrogante: ¿qué suerte correrá el próximo gobierno con una izquierda tan poderosa y unos aliados tan poco confiables?
Todas las encuestadoras tendieron a converger en una intención de voto de 44% para Martínez-Graciela Villar y de 50% para Lacalle-Beatriz Argimón. A eso se sumaba el magro resultado de octubre para el FA y la casi segura mayoría de 50% que las encuestadoras vaticinaban que tendría una coalición “multicolor” que se había armado rápidamente después de la primera vuelta. Además, la trayectoria anterior indicaba que el FA entre primera y segunda vuelta no conseguiría alzarse con más de 100.000 votos, como indicaban los balotajes de 1999, 2009 y 2014.
La reacción del FA a estos resultados parece haber sido exitosa: la conquista voto a voto que determinó el traspaso de las responsabilidades de los dirigentes a los militantes y simpatizantes en la búsqueda de la empatía hacia los votantes indecisos o que podían eventualmente cambiar su voto algo tuvo que ver con el resultado. También el decidido apoyo del FA a los que venían a votar del exterior y la voluntad de los miles que vinieron a sufragar el domingo.
Sin embargo, el resultado no ha sido bien explicado hasta ahora, y quizá sea muy difícil ensayar una explicación única. Tres factores han sido enunciados en diversos análisis.
El primero, es un error de las encuestadoras. Con raras excepciones (Opción Consultores), las encuestadoras explicaron su error de predicción basándose en un desplazamiento de votantes hacia la fórmula Martínez-Villar en la última semana (el “efecto Atocha” de Óscar Bottinelli). Más allá de las dificultades de explicar la varianza electoral por acontecimientos determinados y, más aun, producidos en las últimas horas antes de la votación, lo cierto es que las encuestadoras no previeron un resultado tan ajustado. Cabe consignar que dos de las más importantes y serias tuvieron la responsabilidad de comunicar que estábamos ante una elección más pareja de lo esperado. De lo contrario, si hubiera triunfado la idea de aferrarse a sus datos anteriores, lo más probable es que los medios hubieran anunciado abiertamente el triunfo de un candidato que sólo más tarde se vería comprobado. Ahora bien, ¿por qué razón encuestadoras que habían anunciado con tanta fiabilidad los resultados de octubre, mucho más complejos que la elección puramente binaria de noviembre, le erraron? Era más fácil errarle al resultado del Partido Colorado o al de Cabildo Abierto en octubre (que rondaban el 10%) que al resultado de una elección entre fórmulas.
El segundo factor es la campaña propiamente dicha. En este pesan dos consideraciones. La primera es el éxito del FA en su campaña voto a voto, y la teoría de la “espiral del silencio” que indica que el voto vergonzante (el voto “oficialista”) estuvo subestimado en la proyección de datos de las encuestadoras. La segunda, y muy especial, consideración la merecen las declaraciones de Guido Manini Ríos, así como el repudio que generaron en una buena parte de la población, lo que se sumó al silencio que la coalición “multicolor” mantuvo sobre esto. Esto podría haber tenido impactos sobre el “clima de opinión”, que hoy resulta difícil estimar. Al mismo tiempo, las afirmaciones emanadas del Centro Militar, en clara actitud confrontativa, más propia de los años de la Guerra Fría que de la época actual, fueron leídas en clave complementaria con el mensaje de Manini. Pero eso, ¿cómo pesó?
La paradoja de esta elección, caracterizada por la contienda entre dos candidatos (o fórmulas), es que los liderazgos, en última instancia, pesaron poco en la creación de los climas emocionales que dominaron la campaña. El FA había elegido el mensaje de que “dos modelos de país” se confrontaban, y fue tremendamente exitoso en eso. La oposición había optado por “el cambio” (y, bajo cuerda, por el “se van”) y también fue exitosa en su mensaje. Los candidatos apenas simbolizaban estas perspectivas más amplias, más dramáticas, más políticas. Tómese nota para un análisis simplista de los balotajes como contienda de gladiadores en la arena. Tiene que ver con cualquier cosa menos con eso.
Lo que parece claro que triunfó en este último mes no es precisamente “la esperanza”, sino el miedo. El miedo a un gobierno de derecha, ya no conocido (como las viejas coaliciones entre blancos y colorados), sino parcialmente desconocido (por la inclusión de partidos de extrema derecha), despertó una gran ansiedad en muchos electores. El clivaje izquierda-derecha parece haber sido reemplazado por uno muy anterior, respecto del cual los uruguayos guardan una memoria de luto: el clivaje civiles-militares. La democracia fue el gran aglutinador y el consenso debajo de toda la contienda. Todos salimos a defender la democracia.
Y todos festejamos que en una elección tan reñida, y cuyos resultados aún no se conocen, la democracia esté indemne. Viendo los anuncios de fraude realizados a lo largo y a lo ancho del continente, es una gran cosa que nadie dude del funcionamiento de las democracias, los partidos y la Corte Electoral.
Más allá del desenlace final, la coalición deberá tomar nota de que la defensa de los derechos humanos y la agenda de derechos aún constituyen el núcleo duro de una política posible en la escala de la democracia uruguaya. Y sólo muy pocos compartirían un armado de gobierno que les dé a ex militares la posibilidad de colonización de áreas enteras de la política social, que hoy son regidas, justamente, por la agenda de derechos.
Para el FA, una enorme lección. El despliegue de miles y miles de simpatizantes comunes que sintieron que debían esforzarse por conquistar los votos que el FA no tenía habla bien de la fuerza cultural de la izquierda, más allá de sus organizaciones. Si el voto a voto triunfó fue porque el FA abrió una puerta para que militantes no orgánicos, nucleados en torno a sus preferencias (músicos, abogados, trabajadores de la salud, deportistas), y no a una estructura, pudieran ser los protagonistas de su propio destino.
Si esto fuera así, el desafío del FA para los próximos años será transformar toda esa movilización en organización (de otro tipo) y canalizar toda esa energía que se puso a disposición para la política y que defenderá los derechos conquistados. El FA mostró que tiene músculo para la resistencia y la esperanza, un músculo que no parece hoy haberse debilitado tanto en los años en que bases y partido estuvieron defendiendo al gobierno. Si esto fuera así, larga vida al FA y a las izquierdas que acudieron en su ayuda.
Constanza Moreira es senadora del Frente Amplio.
Esta es una ley muy trabajada, en un proceso largo que inció el Frente Amplio en 2006, cuando el debate nacional sobre defensa. Es un proyecto de acumulación en el cual el FA toma el protagonismo de modernizar las FFAA.
Esta va a ser la primera ley orgánica de las Fuerzas Armadas que vamos a tener en democracia. Y esto alcanza para preguntarse: ¿por qué? ¿Por qué las leyes orgánicas que tenemos vienen de la dictadura? ¿Por qué la democracia no puede aprobar una reforma de la ley orgánica de las Fuerzas Armadas? Y esto nos hace pensar cuán omisa han estado la democracia y el sistema de partidos en la reforma de las Fuerzas Armadas.
En Plan País por TNU, conversamos con Juan Castillo y Pacha Sánchez sobre las elecciones internas y los desafíos del Frente Amplio de cara a octubre.
El problema del medio ambiente tiene que ver también con el modelo de producción, que está basado en la tasa de ganancia y no en el bienestar de los humanos; eso hay que decirlo con todas las letras. No estamos produciendo para combatir el hambre y la injusticia en el mundo; estamos produciendo para asegurar la tasa de ganancia de las empresas. Y cuando las empresas no obtienen la tasa de ganancia, las democracias comienzan a debilitarse, tal como sucedió en América Latina
El 21 de marzo se conmemoró el Día Internacional de la Eliminación de la Discriminación Racial. En el marco de esta conmemoración y en el Mes de las Mujeres, la presencia de Angela Davis ha iluminado la ciudad de Montevideo.
Para las más veteranas, Angela Davis es la “Black Panther” más famosa, la viva imagen de los movimientos antirracistas en el mundo, cuando África se descolonizaba lenta y tardíamente, y se convertía en el último continente a ser abandonado por un imperialismo moribundo pero tenaz. Pero también es la viva imagen de la lucha de las izquierdas contra la represión del imperialismo norteamericano en plena Guerra Fría. Una presa famosa. Una comunista en Estados Unidos. Una negra en tiempos de apartheid. Una mujer atravesada por todas las desigualdades. Más famosa que otras tantas, porque su vida ha sido un grito de rebelión en el corazón mismo del imperio. Angela era también para nosotras la de la cabellera más afro, más digna y más bella que habíamos visto nunca. No se aplastaba el pelo, no se lo laciaba, no renegaba de su condición ni la ocultaba: la lucía. Lo usaba tan orgullosamente como una gran corona sobre su cabeza de leona. Su estética permaneció varias décadas e inspiró a muchas generaciones a no copiar modelos estéticos de la “clase/raza dominante” sino a construir los propios. Los nuestros. Los de las clases y géneros y razas dominadas a lo largo y ancho del mundo. Para construir nuestra propia belleza. Y nuestra propia historia.
Para las más jóvenes, Angela Davis es una feminista que supo poner en evidencia las contradicciones entre género, raza y clase. Por eso su libro Mujer, Clase y Raza es tan famoso y tan importante. “La raza es la manera como la clase es vivida”, nos recuerda.
Allí hace un prolijo itinerario de las luchas antiesclavistas y de las luchas por el sufragio femenino, y resalta algo que, en estos días, en el cruce entre feminismo y racismo, resulta fundamental. Que ningún proyecto de nación –ni siquiera el nuestro- fue fundado sin tener como base una sociedad esclavista, y no puede ser pensado –por izquierda- sin una perspectiva descolonizadora. Algo que parece evidente para la izquierda boliviana, pero no tanto para la izquierda uruguaya. Ni siquiera para el feminismo uruguayo, que siempre debe ser alertado sobre la inclusión del “racismo” entre sus denuncias y en sus reclamaciones.
Angela Davis también nos recuerda que no se pueden jerarquizar las opresiones, poniendo unas (las de clase), antes que las otras. Que eso es una mala comprensión del fenómeno de la dominación, porque todas las dominaciones vienen imbricadas. Que la dominación de género no viene “después” de la dominación de clase. Y que la racial está inserta en nuestra biografía como nación.
El sistema esclavista definía al cuerpo como propiedad. Y en la lucha por la abolición de la esclavitud estuvieron las mujeres. Allí hicieron sus “armas políticas” en un mundo que no les daba ni el derecho al voto. Este concepto de la esclavitud como “cuerpo sometido” (en el límite, diría Aristóteles, como “puro cuerpo”) tendería un lazo entre el abolicionismo y otras luchas, como la lucha por la despenalización del aborto, por la ruptura con la estructura patriarcal del matrimonio y por la liberación del “trabajo doméstico” (esta última, inacabada, claramente, y donde los vínculos de “patronas” y “empleadas” merecen otras tantas reflexiones desde el feminismo).
Y ese lazo también está hoy presente en nuestras luchas contra la violencia de género, el femicidio, el trabajo no remunerado de las mujeres o el derecho a la identidad de género. Porque no somos un “puro cuerpo” sino una voluntad (colectiva), Angela Davis nos recuerda como “intersectar” luchas y evitar falsas contradicciones. La larga historia que su ya clásico libro hace sobre los desencuentros por lo que venía primero, si el voto “negro”, o el voto “femenino”, sirven para ilustrar lo principal: todas las dominaciones están intersectadas. Y nuestra lucha es contra un sistema de dominación.
En estos días en que celebramos las luchas contra el patriarcado y contra el racismo, tener a Angela Davis, con su hermosa corona de leona, nos enaltece. Pero también nos vuelve a recordar otras luchas, entre ellas, la lucha ante un sistema de justicia y castigo que criminaliza a los más pobres, cuya situación solo se recrudecerá con apelaciones de “mano dura” (como las del plebiscito en ciernes, que solo nos haría vivir “con más miedo”). Y, asimismo, nos recuerda que el pensamiento y la praxis, como dice el texto de invitación a su Doctorado Honoris Causa por la Universidad de la República, cuando combinados, son poderosos.
(14/3/2019)
Carta pública al diario El Observador
En su artículo del pasado 13 de marzo, el periodista Martín Tocar, a partir de una carta pública enviada por una venezolana residente en Uruguay (quien moderó una mesa de debate sobre Venezuela realizada el pasado 12 del corriente en la sede del Frente Amplio), sostiene, en lo que respecta a mi intervención, tal cúmulo de inexactitudes y tergiversaciones, que me veo en la obligación de responder. Hay un Código de la Ética Periodística que es violentamente flagrado, al menos, de dos maneras: en la no consulta a la fuente, y en la forma en que las afirmaciones “citadas” inducen a quien lee la nota a sacar conclusiones contradictorias con mis afirmaciones.
Es de interpretación del periodista que algunos “asumieron la postura más defensiva” del régimen chavista frente a otros. No me consta. Me consta, sin embargo, que hubo bastante acuerdo en el debate sobre lo que allí estaba en juego: el rechazo absoluto y tajante a todas las modalidades de intervención e injerencia “imperial” en Venezuela. El Código de Ética dice “la cobertura realizada por los periodistas debe diferenciar claramente lo que es información verificada de lo que es opinión”.
En segundo lugar, el periodista transforma mi apoyo a la gestión de la cancillería uruguaya en prácticamente una burla. Elige el tono con que transmite las palabras, y lo consigue. Es casi una “deformación” (artículo 10 de “Los Principios de actuación” del Código de Ética) de lo que hice (que fue mostrar que una negociación, en un contexto de avance de la derecha en la región, era “casi revolucionario”). La cita textual es: “es fantástico lo que hace cancillería, de llamar a una negociación, de posicionar a Uruguay…realmente somos “revolucionarios”, y Nin pasa a ser la cabeza de ‘un movimiento revolucionario’, porque imagínense como estará América Latina para que nosotros seamos la dignidad…un país siempre medroso, porque siempre es tomador de decisiones. Nuestra falta de audacia tiene bases estructurales, no es una condición anímica, porque creo que los uruguayos son muy valientes”.
Por otra parte, escribe el periodista: “Moreira reivindicó el legado de la revolución…y dentro de ese legado resaltó la ampliación de la democracia política”. Sí, lo hice, pero escrito así, parecería que en este momento la democracia venezolana se está ampliando, cuando sucede todo lo contrario. La referencia fue al momento “fundacional” de la revolución bolivariana, cuando se realiza el proceso constituyente, la instalación del revocatorio y las múltiples instancias de ampliación de la participación ciudadana. No ahora. El texto induce a creer que estoy afirmando esto “ahora”, lo cual constituye una deformación total de mis palabras, y una deslegitimación, al menos, de mi condición de politóloga.
Es en mi crítica a Nicolás Maduro donde el texto se pone especialmente confuso. Y “los periodistas deben brindar una cobertura de los hechos completa, equilibrada y contextualizada” (artículo 9 del Código de Ética). El periodista consigna: “los movimientos de desconocimiento del Parlamento son lógicos, porque la oposición había ganado con mayorías especiales”. Lo que yo dije es que esa era la situación, absolutamente clara para cualquier observador externo. Fue una descripción de lo que pasó y no una justificación. El error del periodista no podría haber sido mayor. Porque se olvidó de poner el principio de la afirmación, a saber, que yo estaba en contra del desconocimiento de la Asamblea Nacional. Y a partir de allí viene toda una disquisición sobre la necesidad de que en democracia la izquierda negocie con la “derecha democrática”, para evitar justamente, que la derecha más antipolítica sea la que termine triunfando.
Es más, sostuve que: “el desconocimiento de la Asamblea Nacional no estuvo bien (por decirlo simplemente), la pelea con la Fiscalía menos… Todos esos movimientos de erosión del escaso campo del Estado de Derecho que quedaba en un país fuertemente polarizado y asediado, constituyen la parte del cúmulo de los errores por parte del gobierno de Maduro. Ni que hablar de la falta de equilibrio de poderes, la transparencia…”
Todo eso que no aparece en la nota de prensa publicada, todo lo que oculta más que lo que informa, todo lo que empobrece, y todo lo que caricaturiza, es lo que le hace mal a esta democracia, lo que le hace mal a la política, y esto me trasciende a mí y nos involucra a todos/as.
Llamo a esto “el desmentido nuestro de cada día”, porque en una relación “sana” entre medios de comunicación y política, donde el objetivo principal fuera informar, y el derecho a la información fuera el bien a preservar, nada de esto tendría que estar pasando.