A través de este corto (Click aquí para verlo), la artista visual y activista Yolanda Domínguez nos presenta con la ironía como medio, algunas de las situaciones que las mujeres en todas partes del mundo vivimos todos los días sólo por el hecho de ser mujeres en un sistema patriarcal, donde los hombres ocupan casi en exclusividad los ámbitos de poder político, económico, social, religioso y militar, reafirmando constantemente su masculinidad y privilegios.
La discriminación que atraviesa a todas las mujeres, en especial a las mujeres pobres, a las mujeres afro, a las mujeres migrantes, a las mujeres trans, a las mujeres en situación de discapacidad, a las mujeres privadas de libertad, la brecha salarial, la exigencia a derribar los obstáculos que aún hoy se presentan con respecto a la interrupción voluntaria del embarazo, el acoso callejero, la explotación sexual de niñas y mujeres, el reclamo a ocupar espacios de decisión en el sistema político y sindical, el reconocimiento de los cuidados como trabajo no pago, el cese a la violencia que se ejerce sobre nuestros cuerpos y la denuncia a un sistema que la mayoría de las veces transforma a la víctima en culpable, son algunas de las reivindicaciones que se hicieron presentes en la jornada del pasado 8 de marzo en nuestro país.
Pero quienes paramos y marchamos al color violeta lo acompañamos con el pañuelo verde, símbolo de la lucha de nuestras hermanas argentinas por el aborto legal, gratuito y seguro y también reclamamos por una maternidad no obligatoria, en especial cuando se trata de niñas violadas obligadas a gestar, porque las niñas son niñas; no son madres.
Quienes paramos y marchamos también levantamos carteles con la foto de Marielle Franco porque quienes quisieron callarla, la convirtieron en un ejemplo a seguir en la lucha por los derechos de las mujeres negras y pobres.
Paramos y marchamos levantando la misma voz y sosteniendo los mismos carteles que las mujeres del mundo entero, porque las injusticias de este sistema nos atraviesan a todas y porque sabemos que juntas somos poderosas, como dice alguna de las tantas consignas que las generaciones más jóvenes han sabido difundir.
El 8 de marzo se ha transformado en una herramienta, en una acción, en una forma en que las mujeres podemos expresar nuestro paro de las actividades, roles y gestos que nos confirman en estereotipos arraigados en la sociedad.
El 8 de marzo, las mujeres lo vivimos desde lo personal y también desde lo colectivo como un proceso que inicia mucho antes del mismo día de la marcha e involucra el encuentro con otras mujeres, organización, charlas, discusiones a la interna de los sindicatos, reflexión colectiva en los medios de comunicación, en reuniones familiares, en grupos de amigos, en centros educativos y hasta talleres para elaborar juntas carteles que levantar con orgullo en medio de una marea de gente.
El 8 de marzo las mujeres nos encontramos en un espacio que para nosotras es seguro, por eso cantamos, bailamos, gritamos, nos abrazamos y hacemos partícipes a los más pequeños de la familia porque estamos convencidas que somos protagonistas de un cambio de paradigma y que la crianza en igualdad es el inicio de un nuevo sistema de valores donde las mujeres ya no seamos ciudadanas de segunda y los hombres no carguen sobre sus espaldas el peso de ser el “sexo fuerte”, proveedor y protector que tiene prohibido el mundo sensible.
El 8 de marzo las mujeres paramos y marchamos por todas las mujeres; por las que no pudieron parar y por las que ya no están; paramos y marchamos para defender los derechos conquistados y también por lo que aún queda pendiente; las mujeres paramos y marchamos porque otra sociedad es posible y nuestra lucha es el motor de los cambios.