En estos días de precandidaturas y elecciones, a las feministas se nos presenta lo que parece ser un escollo difícil de superar: ¿por qué habiendo una mujer precandidata a la Presidencia, no la apoyamos? ¿Por qué, en cambio, apoyamos a un hombre? Y a propósito de la campaña de lanzamiento del #impulsofeminista, ¿por qué la mayoría de los sectores del Frente Amplio (FA) cuyas listas (y liderazgos) son femeninos como el Partido Socialista, Casa Grande, Ir y Par, apoyan a un hombre y no a una mujer? ¿No es paradójico?
Inútil sería señalar el recorrido transitado: ya hubo una precandidatura femenina a la Presidencia de la República y no recibí el apoyo de muchos sectores, ni tampoco de algunos grupos cuyos liderazgos eran femeninos. Y, si bien es cierto que una parte del feminismo apoyó y le dio aliento a mi candidatura presidencial, también es cierto que esa candidatura “con cuerpo de mujer” representaba otras cosas, otras aspiraciones, otras ideas, que también estaban en juego en esos apoyos. Se representa con el cuerpo, y también se representa con las ideas.
Cuando Mónica Xavier se presentó como candidata a la presidencia del FA, era la única mujer que lo hacía. Y, aunque muchas, muchísimas mujeres del FA la votaron, una buena parte de los sectores no lo hicieron, y muchas feministas que integrábamos otros sectores, no la votamos.
La pregunta sobre lo que sucede ahora, es la misma pregunta sobre lo que sucedió entonces, y merece una reflexión similar. Pero hoy se plantea con más fuerza, justamente, porque el movimiento feminista ha crecido y se ha fortalecido en estos años. Y bienvenida la interpelación. Es muy bueno reflexionar sobre esto.
No votamos mujeres porque sean mujeres. Eso es una representación “descriptiva”, pero no es una representación “sustantiva”. Creemos firmemente que hay que apoyar y alentar una mayor participación de mujeres en la vida política. Por eso votamos la cuota. Y por eso muchas de nosotras creemos que debemos impulsar mujeres en todos los lugares y espacios políticos (en las listas, las candidaturas, en los gabinetes), e hicimos y seguimos haciendo una práctica política concreta sobre ello impulsando listas paritarias, luchando dentro de nuestros partidos por estas causas y, sobre todo, desnudando la cultura patriarcal que anida en nuestras organizaciones.
También es cierto que muchas veces acceden mujeres que no representan “al feminismo”. Muchas veces llegan mujeres que son funcionales al patriarcado (y por eso los jefes políticos las eligen). Pero nosotras, trabajamos con ellas para unirlas a la causa feminista desde dentro, tratando de conformar la llamada “masa crítica” en política, y de pasar de la representación “descriptiva” (ser mujer o joven o afrodescendiente) a la representación “sustantiva” (tener sensibilidad de género y promover políticas en esa línea).
La falsa paradoja reside en confundir las funciones de la política “de las ideas” y la “política del cuerpo”, y la representación “descriptiva” de la representación “sustantiva”. Votamos ideas y votamos cuerpos. Y si las ideas y los cuerpos coinciden, excelente. Pero no siempre las ideas y los cuerpos coinciden. Las mujeres hemos escuchado hasta el cansancio que “Margaret Thatcher era mujer” por parte de muchos compañeros de la izquierda que nos objetan esa defensa irrestricta de las mujeres. Sí, Margaret Thatcher era mujer, pero representaba ya no lo peor del patriarcado, sino lo peor del movimiento conservador.
Las mujeres que representan al Frente Amplio, sin embargo, comparten un conjunto de conceptos e ideas de izquierda. Pero aun en ese campo común de la izquierda, hay sensibilidades y preferencias distintas. Estamos inmersas en un mundo de prácticas de izquierda que no dejan de ser muchas veces autoritarias, machistas u homofóbicas, a pesar de que hemos sido quienes impulsamos la participación democrática, las leyes contra la violencia de género o el matrimonio igualitario. Pero en torno a esas prácticas (y su evaluación) hay sensibilidades y preferencias distintas. Y eso es lo que está en juego aquí.
Votamos cuerpos, pero votamos ideas y prácticas. Quienes optamos por Daniel Martínez, y lo defendemos desde el feminismo, no sólo valoramos su práctica concreta en estos temas (como el impulso a la paridad de género y a la renovación generacional en su gabinete), sino también en otras prácticas y decisiones políticas (como el etiquetado transgénico o el combate al uso del glifosato por parte de la Intendencia de Montevideo), y reconocemos una trayectoria coherente en el itinerario de vida política de la izquierda, con la que podemos identificarnos. Y también reconocemos un lugar desde donde podemos pensar, incidir, crecer y reconocernos mutuamente, a despecho de tantas diferencias que tenemos. Porque es un liderazgo participativo, abierto y creado a pesar de que “los padres” del Frente Amplio nunca lo hayan reconocido del todo. Es, en ese mismo sentido, un liderazgo antipatriarcal.
Ayer, en el lanzamiento de #impulsofeminista en el marco de la campaña de Daniel Martínez, todo esto estuvo en juego. La posibilidad de reconocernos como mujeres políticas y de articular esfuerzos y preocupaciones por la violencia y la desigualdad de género en todos sus aspectos. Elegir es parte de la libertad humana. Y las razones que llevan a una feminista a elegir a un precandidato hombre son muchas, complejas, concretas y, sin duda, resultado de la experiencia aprendida. Y ninguna feminista denigra a otra feminista. Porque sabemos que así no creamos sororidad, la solidaridad entre las mujeres. Y el campo que nos une debe ser siempre generoso y abierto a la comprensión de todas las razones y de todas las preferencias.
Después, en algún momento, volveremos a estar todas juntas y todos juntos. A construir desde ahora.