El 4 de febrero se festejó el 47 aniversario de la fundación del Frente Amplio con un masivo acto en Piriápolis, con mucha gente con ganas de festejar, de hacer presencia, de mostrar que nuestra fuerza política está vivita y coleando. Llegaron desde todo el territorio nacional con deseos de saltar, de cantar, de demostrar la unidad frentista. Podrían haber banderas sectoriales, pero fue un acto auténticamente frentista y extraordinariamente unitario. La unidad se fue forjando en la lucha, pero ya desde su fundación había valores de unidad, q ue se profundizaron en los comités de base donde participaban los independientes, pero también los partidarios y militantes de todos los sectores políticos que componían el Frente. Mucho ayudaron a esta unidad las grandes figuras de la fundación en 1971, entre los que destacaban Líber Seregni, Juan José Crottogini, Rodney Arismendi, José Pedro Cardoso, Juan Pablo Terra, Zelmar Michelini, Héctor Rodriguez, Rodriguez Camusso y Alba Roballo entre otros. Y es este valor de la unidad, esta cultura, este principio básico lo que nos diferencia de las izquierdas de los países de la región y del mundo. En todos los países las izquierdas desearían alcanzar este grado de unidad que mantiene el FA. Yo estuve 25 años en el Parlamento y siempre sentí que la unidad era un valor sagrado para mi y todos los parlamentarios. Por ello nuestra fuerza política se presenta como paradigmática para el resto de las izquierdas en el mundo.
Después de 13 años de gobiernos frentistas en el plano nacional hay logros de todo tipo para poder mostrar. El aumento del salario real por encima del 50% es un logro muy relevante, con la negociación colectiva y los consejos de salarios que le otorgaron cierto grado de poder a las gremiales de trabajadores, que triplicaron sus afiliados. Bajar la pobreza de 40% a 9% es otro logro muy significativo, lo mismo que la mejora en la distribución del ingreso. Pero esto no se logra por el libre juego del mercado, sino a través de la acción directa del Estado, con la participación de la política a través de las políticas sociales. Para la derecha, que no está preocupada de la igualdad ni de la justicia social, la participación del estado debe ser mínima, y fundamentalmente para atender la inflación o el déficit fiscal o para garantizar el pago de los servicios de la deuda. Esto sostienen los grandes productores agropecuarios pero le piden ayuda al Estado cuando hay inundaciones o sequías. Y aquí hay una diferencia ideológica esencial entre la izquierda y la derecha. Esta cree en el libre juego del mercado y en una mínima intervención del Estado. Para la izquierda, en cambio, el papel del Estado es central para la igualdad, para la justicia social, para los valores de la solidaridad. Y más concretamente para mejorar el libre juego del mercado, para orientarlo, para controlar, para regular y para redistribuir.
En estos últimos días en el discurso de “los autoconvocados” aparecen críticas a la política, a los partidos y a sus dirigentes. Un discurso antipolítico es un discurso antidemocrático. El descontento se da en el mundo desarrollado por los avances de la desigualdad de riqueza y de ingresos. En este caso muy nítidamente a favor del 1% e inclusive del 0,1% de la población. Los avances de la extrema derecha en EEUU con Trump que genera gran incertidumbre en el plano internacional, el Brexit en el Reino Unido, y los avances en Francia, Holanda y Austria son demostraciones de estos desencantos sobre la política, sobre los partidos y en última instancia sobre la democracia. En Uruguay los discursos contra la política no van a llegar lejos, porque el sistema político es fuerte institucionalmente y los partidos tienen largas historias de defensa de la democracia. Pero además en el gobierno está la izquierda, que ha logrado alcanzar la democracia plena, como surge de los estudios de The Economist, siendo el único país de la América Latina en lograr dicha alta distinción. La derecha siempre criticó a la izquierda por antidemocrática, pero los gobiernos del Frente Amplio han demostrado una extraordinaria capacidad para profundizar y mejorar la democracia uruguaya, como nítidamente lo demuestra el logro de democracia plena.
El acto de Piriápolis fue una extraordinaria demostración de la vivencia del FA para el futuro. Lo ayuda las carencias programáticas de los partidos tradicionales, que no tienen de donde copiar, de donde imitar dado los retrocesos de la derecha en Brasil e inclusive en Argentina, y sobretodo porque las propuestas del FMI y del Banco Mundial han perdido fuerza después de la crisis de 2008.
Para el futuro será muy importante la participación de los jóvenes. Probablemente para las candidaturas a las elecciones del 2019 puede aparecer un verdadero cambio generacional. Los jóvenes son tan importantes no solo para el futuro, sino esencialmente para el presente, para el necesario fortalecimiento de nuestra fuerza política. Ello requerirá también transformaciones de la orgánica interna del FA, que está obsoleta, que requiere de fundamentales actualizaciones para que pueda cumplir sus cometidos, para que haya debates al mejor nivel posible, para que sus decisiones sean trascendentes tanto para la bancada parlamentaria como para el propio Poder Ejecutivo.
Un elemento central para el futuro es atender adecuadamente los temas éticos de sus gobiernos, para enfrentar cualquier tipo de corrupción que tanto afectaron a otros gobiernos progresistas en nuestra región. Propuestas, ideas y acciones son indispensables para que la izquierda pueda garantizar que los principios de la ética no le afecten, para desterrar cualquier forma de corrupción. Este también es un elemento central para generar la necesaria esperanza en el pueblo frentista. La fiesta de Piriápolis fue un comienzo que deberá expandirse en el futuro cercano.