Por estos días vemos como vuelven las imágenes de una Argentina que parecía olvidada en lo más triste de su historia. Justo en el 2001, cuando allá y acá empezó a caerse todo.
El Congreso Nacional vallado por la Gendarmería. Represión con balas de goma y gases lacrimógenos a la multitud que reclama contra una reforma previsional que de aprobarse recortará el aumento a las jubilaciones en un 7%. Diputados de la oposición agredidos. La amenaza del Presidente, quien asegura que si la ley no sale, la sacará por DNU (Decreto de Necesidad y Urgencia), ¿qué urgencia tiene para Argentina recortar las jubilaciones?
Las preguntas no tienen lugar en la lógica política del macrismo. No hay dudas, ellos son los buenos, y en nombre del bien están autorizados a hacer cualquier cosa. Ellos son, como aseguró el diputado oficialista, Nicolás Massot, los que están arreglando «lo que otros no tienen los huevos para arreglar».
El Presidente que asumió prometiendo mayor institucionalidad y respeto a la leyes, presionó a los gobernadores -quienes dependen del dinero que les envía el Gobierno Nacional para las provincias- logrando así que los diputados peronistas que les responden, aprueben la reforma.
El mismo Presidente que días después de asumir derogó la Ley de Medios aprobada por el Congreso argentino. Y el mismo también que intentó nombrar dos jueces de la Suprema Corte de Justicia por Decreto. El que encarceló a Milagro Sala. El que encubrió la muerte de Santiago Maldonado y Rafael Nahuel. El que persigue opositores y reprime al pueblo.
El que dice que llegó a gobernar Argentina, para salvarla de ser Venezuela.