La movilidad humana no es algo nuevo y tampoco en sí misma puede ser considerada un problema, dado que entre desplazamientos forzados o no, naciones/estados se han construido y beneficiado de la fuerza de trabajo y de la impronta cultural de los y las migrantes. Bajo esa lógica del beneficio se categorizan migrantes útiles o inútiles en el imaginario popular, consecuentemente delincuentes potenciales y posible competencia laboral en un momento de crisis. De este discurso se apropian tecnócratas y medios de comunicación en mayor o menor medida en lo que se elige analizar o difundir.
En este sentido, la persona migrante entra de manera evidente o velada en la categoría de “enemigo social” cuando se habla de consideraciones macroeconómicas, pues si no trabaja no le sirve al país y si trabaja es competencia. Parece no haber una salida para ese estado de molestia.
Otra de las expectativas es la de la asimilación cultural, y bajo ese concepto son valoradas aquellas personas migrantes que se encajan mejor en el perfil que muchos llaman “el uruguayo promedio”, europeizado y educado. Pero se habla de manera amistosa de todos los estereotipos en que se diferencian la población inmigrante de origen latinoamericano – como “la alegría del brasileño” – que de alguna manera buscan otra vez la idea de beneficio, en ese caso, cultural. La resistencia al pensamiento hegemónico de los países receptores y sus códigos de conducta sería un problema.
A su vez, la insubordinación de la persona migrante/desplazada en la cultura de izquierdas es narrada en pretérito: como en el caso del sindicalismo anarquista o la población africana esclavizada. Y las preocupaciones políticas y económicas se centran en la población nativa. Lo que se puede constatar cuando se discute el modelo de desarrollo, cuando se negocian las inversiones extranjeras o cuando se hacen acuerdos en los bloques asociando intereses comerciales y culturales. La circulación de mercancías llega a tener mejor tránsito y más garantías que la de personas.
Por esa razón, las poblaciones migrantes además de materialmente vulnerables, lo son en los discursos hegemónicos en cuanto mecanismo de desplazamiento de los problemas generados por el sistema político y económico a lo étnico, religioso y racial. Y, para tal articulación, no hay nada más conveniente que el alejamiento de las personas migrantes de los espacios de poder político y las barreras para el ejercicio de su derechos.
La persona migrante ideal es – además de útil – apolítica.
El desafío para las izquierdas está en la incorporación de las migraciones como experiencias críticas en relación a la idea de nación/estado y al capitalismo global, con vistas a la construcción de un transnacionalismo de izquierdas decolonial que provoque la emergencia de una nueva forma de vida que contemple la movilidad.