Cuando leí el libro de María Urruzola sobre Fernández Huidobro, me llamó la atención una idea, que -por cierto- no fue la que motivó el interés de la prensa y el consiguiente revuelo político que generó. Esa idea -palabras más, palabras menos- es la siguiente:
“en los años sesenta la palabra era revolución…en los años ochenta la palabra era democracia…en los tiempos que corren la palabra es transparencia”
Sin duda que la transparencia en el manejo de los dineros públicos se ha vuelto preocupación dominante en la gente cada vez que piensa en sus representantes, en quienes mandan, en quienes gobiernan. La “politicofobia” imperante se centra en eso: en el dinero, en el manejo de los dineros públicos, en el rechazo al enriquecimiento indebido en el uso del poder.
A la izquierda de hoy ya no le preocupa como antes, que el terrateniente se enriquezca con el trabajo de sus peones, o que el industrial lo haga con el de sus obreros. Lo que preocupa hoy y genera una sensación de injusticia inadmisible, es que alguien acceda a un cargo público para enriquecerse con dineros del Estado.
No es cualquier falta a la ética de los gobernantes lo que motiva indignación. Porque el amparar a torturadores y violadores de los DDHH no es -al parecer- una falta ética que motive a llevar a nadie ante un tribunal.
La única acusación posible contra un gobernante es en relación a sus ingresos. Y en ese terreno están todos bajo sospecha.
Aprovechando esa especial sensibilidad generada en la población por la ética de los gobernantes, es que los opositores a los gobiernos progresistas han hecho caer a varios. Dilma, acusada de “maquillar las cuentas del Estado”, en la Red OGlobo, aunque nunca se apropió de nada indebido, fue destituida. Quienes orquestaron todo el impeachment hoy están cayendo presos uno tras otro. Eso no arregla nada. El daño ya fue hecho. Y el nuevo gobierno aprovechó la situación para recortar derechos laborales que son conquistas históricas de los trabajadores, como la jornada de ocho horas.
En Argentina, acusada de corrupción la Presidenta Cristina y todo el elenco K por el grupo Clarín –y especialmente gracias al trabajo de Jorge Lanata- ganó la oposición. Lo que hizo el nuevo gobierno en poco tiempo fue despedir masivamente a cientos de empleados, favorecer a los grandes empresarios, multiplicar en porcentajes incalculables el precio de los servicios básicos, pagarle a los “Fondos Buitres” un préstamo otorgado al Estado con un interés de usura de mil por ciento.
En nuestro país, comenzaron a investigar al gobierno hace un tiempo atrás. Varios medios de prensa que son voceros de la oposición, iniciaron su trabajo. Encontraron un flanco débil, y por ahí se colaron.
El 9 de setiembre, en el altar de la transparencia, fue inmolado nada menos que el Vicepresidente de la República, luego de un recorrido en el que propios y ajenos a su partido lo obligaran a renunciar. Fue un proceso signado por el desprestigio, el escarnio, y el ensañamiento con alguien a quien los compañeros más allegados de su propio sector abandonaron en el peor momento, y los “compañeros” menos cercanos dentro del FA, acusaron junto a los enemigos. El entrecomillado se refiere a que un verdadero compañero, denuncia en la interna, enfrenta a quien se equivocó, dice las cosas en la cara y en el ámbito correspondiente. Quienes eligieron la prensa para hacer sus denuncias, tomando la iniciativa y haciendo punta en el tema para colocarlo en la opinión pública, como es el caso de Valenti, o quienes desde las sombras filtraron la información a la prensa opositora, no actuaron como compañeros.
Se comprobó que en sus nueve años al frente de Ancap gastó en forma indebida unos 1500 U$S, lo cual significa que se “enriqueció” a razón de 13 dólares con cincuenta por mes. Obviamente, esa cifra irrisoria no permite hablar de “enriquecimiento ilícito”. Sobre todo a la luz de las noticias que nos llegan de países vecinos sobre las cifras astronómicas que manejó Odebrecht o la empresa cárnica JBS en el pago de sobornos a diferentes personalidades de diferentes países, o los bolsos de dinero que cayeron dentro de un convento en Argentina.
Entonces fue cuando alguien dijo que en cuestiones éticas no cabe el más y el menos. Que el monto no importa, que tanto da un peso como un millón.
Esa frase me recordó a los estoicos de la Grecia del S III AC. La Escuela Estoica fue una de las escuelas postaristotélicas caracterizada por su dogmatismo. Los estoicos, solían decir que tanto se ahoga quien se sumerge a un metro de profundidad, como quien lo hace a dos centímetros. Veían la vida en blanco y negro sin admitir matices ni procesos graduales. Se es o no se es, sin términos medios ni relativizar nada.
Creo que se equivocan. Todo lo humano es un continuus como la vida misma, gradual y relativo. Quienes se oponen a la interrupción del embarazo porque defienden la vida, no tienen reparos en la famosa “pastilla del día después”. Sin embargo la nueva vida ya comenzó hace unas horas. Si medimos con la vara de los estoicos tenemos que condenar o absolver a todos los casos por igual. Pero lo que ocurre en la realidad, no es eso. Lo que ocurre en la realidad, es que esa “nueva vida” cuando es una mórula de veinticuatro horas, todavía invisible a simple vista, microscópica, no le preocupa a nadie; cuando se convierte en un embrión de ocho semanas se transforma en un tema opinable que divide las posiciones, y cuando se trata de un feto de ocho meses, todos lo catalogan como un asesinato inadmisible.
Ejemplos de la relatividad de la ética, sobran. Mentir es una falta ética directamente condicionada a la entidad de la mentira y a los efectos que produce en los demás ¿O vamos a condenar a nuestros padres por habernos hecho creer en el Ratón Pérez?
“Corrupción” según la concepción dogmática, sería entonces toda apropiación indebida de los bienes públicos. Cualquiera sea su monto. No importa. Eso nos pone en la obligación de condenar a todas las maestras que se llevan un pedazo de tiza en el bolsillo de la túnica. O a todos los que usan hojas de su oficina para la lista del supermercado, o la fotocopiadora de su lugar de trabajo, para los deberes de su hijo.
Si no fuera tan triste, todo esto, sería para reírse.
Obviamente que no es lo mismo el enfermero que toma un medicamento de la farmacia del hospital porque lo necesita, que el que revende en la feria de 8 de Octubre.
En las faltas éticas, como en los delitos, todo es relativo. Es relativo al monto, a la intensidad, a los efectos que produce y a las intenciones que se persiguen al hacerlo. No es lo mismo la apropiación indebida con la intención de obtener un beneficio personal, que cuando es la resultante del descuido, la negligencia, o la desprolijidad. O cuando es la resultante, como en este caso, de haberse plegado a una cultura institucional propia de todas las dependencias de la Administración Pública, de descuido y falta de control sobre los gastos menores. Aunque esos gastos menores, con el correr de los años puedan convertirse en montos importantes como sucede con los viáticos otorgados a parlamentarios para viajes al exterior.
Lo que se hizo con Sendic fue escoger uno del montón, y no por cierto al peor.
¿Que actuó mal? Sin duda. ¿Que fue desprolijo? Sin duda ¿Que redactó un reglamento de transparencia que luego no cumplió? Sin duda. Todo esto es cierto. Y no sorprende que un Tribunal de Etica lo haya condenado. Lo que sorprende es que su proceder sea visto y juzgado por todos como si fuera una rareza, cuando es parte de una conducta generalizada y -sin duda reprobable- de desvíos, displicencia y aflojamiento de los controles.
La oposición hizo muy bien su trabajo. No es extraño. Derribar un Vicepresidente es un triunfo. Y lo que menos importa es la entidad de la falta cometida. Ni siquiera importa si hubo falta, en realidad. Como dijo alguien: todo parece indicar que se eligió primero la víctima y luego se buscaron las causas para condenarlo. Por su parte, las periodistas que iniciaron la investigación están disfrutando el galardón y sus quince minutos de fama.
Pero lo que resulta inentendible es la actitud de los propios frenteamplistas indignados. Que los frenteamplistas se indignen por temas éticos es inherente a la izquierda. Pero resulta sorprendente que hayamos tolerado violaciones a la ética sin decir nada, y un día reaccionemos con tanta virulencia, por un caso en especial, que no es ni el más grave ni el peor.
Si vamos a ser estrictos, jamás debimos permitir que nuestros ediles se plegaran a las normas que rigen en cada una de las Juntas Dptales, por las cuales se permite mediante diversos artilugios, que los ediles perciban una remuneración por su trabajo que la Constitución expresamente prohíbe. Y sin embargo, lo permitimos y dejamos que se extendiera a lo largo y ancho del país. Nunca dijimos nada. Y se remonta a 1989 cuando ganamos la Intendencia de Montevideo.
Si vamos a ser estrictos, jamás debimos permitir que nuestros representantes en el Parlamento se plegaran a la cultura institucional imperante de percibir viáticos sin rendir cuentas de lo gastado, o de percibir un monto para la compra de diarios, celulares y demás, cuando sabemos que ese dinero se destina a financiar el funcionamiento de los partidos y los sectores.
Si fuéramos estrictos jamás debimos permitir que los compañeros que usufructúan cargos de confianza no aporten al Frente Amplio como se comprometieron a hacerlo cuando asumieron.
Nosotros también estuvimos muy omisos en los controles y fuimos muy permisivos y displicentes. Nosotros también –como Sendic- inventamos reglamentos de conducta antes de asumir el gobierno, que nos comprometían a un control que luego no ejercimos. Hay uno de 1990 y otro de 2004.
Si tuviéramos que calificar la conducta en general de todos los compañeros; si tuviéramos que catalogar la gestión frenteamplista en su conjunto, diríamos que fue buena en relación a la ética. Diríamos que no hubo enriquecimiento ilícito de nadie, que se cortó con el clientelismo histórico, y que existe un buen manejo de los dineros. Pero no podemos negar que existen desprolijidades, pequeños desvíos que vienen de antes y que nunca se corrigieron salvo honrosas excepciones. Lo mismo vale para Raúl Sendic.
Por Sylvia Rotuno