La mayoría de la gente



La mayoría de la gente, constituye la “gente normal”. Esto genera el círculo vicioso del que hablaba Braunstein a propósito de los tests mentales: lo normal es lo que abunda y lo que abunda es lo normal. Ser integrante de la mayoría confiere  seguridad y la convicción de estar en lo cierto y de ser dueños de la sensatez,  de lo lógico y de lo obvio.

La gente «normal» es de piel blanca, heterosexual, y se guía por el sentido común y los valores standard .

La gente «normal»  cumple con el rol asignado a cada  género y con el encargo social que pesa sobre cada persona, de acuerdo al lugar que ocupa en la sociedad. La gente normal le teme a todo lo que se sale de la norma, y busca “normalizar” a todos. Y a los que no pueden ser normalizados, los excluye o los invisibiliza.

A mediados del S XX todavía era frecuente “esconder” a los niños con severas discapacidades. No eran enviados a ningún centro de enseñanza, sino que eran atendidos por su familia en el seno del hogar y al amparo de miradas indiscretas. Niños con síndrome de Down, o con daño cerebral severo que implicara compromiso motriz o intelectual, representaban  una mezcla de vergüenza y dolor para la familia. Por respeto a ese sentimiento, las demás madres, les decían en voz baja a los demás niños: “no lo mires… no te des vuelta… es enfermito…”

Recién hacia los años ochenta en nuestro país surgen las primeras organizaciones tendientes a realizar acciones en pro de las personas con discapacidad: la Acridu,  el  PLENADI (Plenario Nacional de Impedidos). En 1988 se realiza el primer acto público de las personas con discapacidad, en la Plaza Cagancha. Al mismo tiempo comienzan a multiplicarse las instituciones de asistencia infantil y comienza a hablarse de rehabilitación psicomotriz, estimulación temprana, educación inclusora. Se erradican algunos términos o se los sustituye por otros. Ya no se hablará más de “anormalidad”, sino de “discapacidad”, término que pronto será  reemplazado  por el de “personas con capacidades diferentes”.

Los niños en estas condiciones ya no serán escondidos nunca más, salieron definitivamente del closet y han comenzado a ver la luz. Andan por las calles, concurren a eventos familiares, se los ve en la playa o en espectáculos públicos. Muchos adultos señalan su particular capacidad de dar y recibir afecto, hablan con orgullo de sus logros, y hasta se realizan verdaderos “reality shows” como el de la Fundación Teletón, en los que participan, cuentan su historia,  y –apelando a los sentimientos positivos y a la sensibilidad que despiertan en la gente- se recaudan importantes sumas de dinero destinadas a solventar los gastos de  la institución.

Las ciudades inclusoras cuentan con rampas de acceso para las sillas de ruedas y algunas empresas destinan un cupo especial para emplear a gente con capacidades diferentes.

Aspiramos a que las experiencias de vida de niños, adolescentes y jóvenes con discapacidad en el siglo XXI, no se parezcan a las de quienes crecieron con discapacidad en el siglo XX, (…) Históricamente, los niños, adolescentes y adultos con discapacidad han sido parte de los grupos más invisibilizados y excluidos.”  (Instituto Interamericano sobre Discapacidad y Desarrollo Inclusivo (iiDi))

Definitivamente, estas personas conquistaron el derecho a estar en el mundo y ser aceptadas y ocupar un poco del espacio que antes era solo para  la “gente normal”.

Otros grupos minoritarios también buscan abrirse paso y obtener un lugar en el mundo de la “gente normal”. Esos grupos son las minorías étnicas o los colectivos LGTBIQ.

En nuestro país la población afrodescendiente representa el 8%. Ese porcentaje no se ve reflejado entre los  docentes, ni en la población universitaria,  ni en el Parlamento, ni en el empresariado. En cambio se multiplica varias veces entre la población carcelaria.

La población trans y los colectivos LGTBIQ han logrado mayor visibilidad y consideración con posterioridad al fin de siglo.  Cada año, las marchas en defensa de la diversidad convocan mayor cantidad de personas. Para ellos la lucha se sigue dando contra quienes tienen terror de derribar tabúes.

Frases como “deconstruir estereotipos de género” les causan pánico. Terrores ancestrales se movilizan y les invaden. Los ciega el pánico solo de pensar en una homosexualidad contagiosa o –peor aún- homosexualidad impuesta a los niños inocentes como modelo a imitar. Dios creó al hombre y a la mujer. Nada de términos medios ni mezclas raras.

Perciben como una amenaza a los docentes y los programas de Educación Sexual, confeccionados y aplicados por quienes – “violando la laicidad en la enseñanza”- profesan la “ideología de género” que como peligroso dogma, busca inculcarse a los “niños normales”. Tranquilos. Nadie va a convertir a sus hijos bien varones y a sus femeninas princesitas en homosexuales amorfos y “pervertidos”. Nadie tiene ese poder. Aunque quisieran, no podrían lograrlo.  No tengan miedo. Tampoco se contagia como una enfermedad.

Nadie va a imponerles nada que no sea respeto y tolerancia por la diversidad. Y si lo logran, harán que sus hijos sean más humanos, más libres y más felices que sus padres, sin la pesada carga que supone ser “bien varones” o “princesas”.

Los que se consideran -con orgullo-   “políticamente incorrectos”, son la voz y la cara visible de la gente normal. Están en contra de toda la agenda de derechos que desde hace unos años viene ganando adeptos en la sociedad. Están en contra de las reivindicaciones feministas, y de los colectivos LGTBIQ. Acusan al Estado y  a los docentes de estar violando la laicidad con la imposición de la “ideología de género”.

Paradójicamente, laicidad significa ausencia de adoctrinamiento. Laicidad es respeto por todas las posiciones sin inculcar ninguna. Es ausencia de dogmas. Es sembrar la idea de que nada deberá ser aceptado como válido, por el solo hecho de estar en la Biblia, el Corán o el Talmud, o por ser considerado “palabra de Dios”. Laicidad es el derecho de todos a cuestionar, guiándose por su propia razón.

Nada que tenga que ver con la orientación sexual.

Se trata de deconstruir estereotipos de familia. Si existen niños que tienen dos mamás o dos papás, esto debería ser visto como normal.  Cuando se habla de que los estereotipos de género son construcciones culturales, es porque algunas afirmaciones inculcadas tempranamente -como aquella que dice “los hombres no lloran” o “las nenas no dicen malas palabras”, apuntan a construir la imagen ideal de varones fuertes y violentos y mujeres bellas y tontas. Es este pensamiento el que debe ser erradicado. Para así dar paso a una formación libre de estereotipos.

Nada más ajeno al dogmatismo que el respeto por las diferencias, y por la aceptación de que la naturaleza y la realidad son lo que son, no lo que queremos que sean. Y la realidad nos muestra que junto a los hetero están los homo, los trans, los bisexuales, los intergénero y los queer. Tan humanos como cualquiera. Y con los mismos derechos.

Marc Prenski acuñó el concepto de “nativos e inmigrantes digitales” (niños y adultos respectivamente) ,por la destreza de los primeros y la dificultad de los segundos en el manejo del mundo 2.0. Del mismo modo, tendríamos que hablar de nativos e inmigrantes medioambientales y de género, pues las nuevas generaciones son infinitamente más sensibles y mejores que sus padres ante esas realidades.

 

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