Este martes se realiza un homenaje en el Senado de la República a los efectivos militares que participaron en la MINUSTAH, la misión de paz en Haití. Como Senadora, no participaré y expuse mis motivos en la sesión del 9 de mayo, en la que se votó el homenaje.
No motiva mi ausencia de este homenaje la valoración en particular del desempeño de nuestros efectivos durante la década larga en que viajaron a Haití en el marco de la MINUSTAH, sino mi rechazo a la propia MINUSTAH, a su origen (UNITAS), a su fundamento (la “paz social” en Haití), y a su procedimiento (el envío de contingentes armados para “ayudar” a Haití). También creo una ironía de la historia –y una venganza tardía- que el primer país en rebelarse contra su origen colonial siga estando bajo tutela en pleno siglo XXI, y que la decisión de Jean-Bertrand Aristide de eliminar las FFAA en 1994 haya terminado con ejércitos extranjeros afianzados en el territorio nacional por casi 14 años.
Uruguay tuvo una participación destacada en la MINUSTAH. En 2004 viajó el primer contingente de uruguayos, y a lo largo de estos años, casi 14 mil efectivos viajaron a prestar servicios en la MINUSTAH. Después de Brasil, tuvo el segundo contingente más importante en número de efectivos y, en proporción al tamaño de su población, sin duda el más importante. Se llegó a recibir hasta 80 millones de dólares al año por la participación en la MINUSTAH (aunque tenía un costo para Uruguay, ya que el salario “extra” de sus efectivos salían de las arcas nacionales).
En su mejor versión, la MINUSTAH proporcionó a las FFAA uruguayas un conjunto de conocimientos, habilidades y destrezas que no habrían podido obtener en el pacífico suelo uruguayo. En una segunda versión, menos honorable pero muy frecuente, los efectivos que participaron de la MINUSTAH consiguieron acceso a recursos que les permitieron comprar o construir una casa, por ejemplo (se estima en 12 mil dólares el ingreso anualizado de los oficiales de menor rango por su participación en misiones y en 30 mil dólares, el de los de mayor rango). En una tercera versión, más corriente hoy día, donde el Uruguay participa en el Consejo de Seguridad, habríamos hecho un buen papel ante las “Naciones Unidas”. Ninguna de las tres versiones, le hace justicia al pueblo haitiano; a sus necesidades, a sus expectativas, a sus intereses. Y es que las razones de la MINUSTAH es difícil encontrarlas en una demanda del pueblo haitiano por “seguridad”. Y menos si su origen se remonta a la intervención de Estados Unidos, por más que Canadá y América Latina le hayan “lavado la cara” a la vieja UNITAS, transformándola en una misión humanitaria…a cargo de soldados.
El tardío homenaje a los efectivos de la MINUSTAH no puede olvidar, para una parte importante de la izquierda uruguaya, que no tenemos nada de qué enorgullecernos. La propia mención a los “caídos” en la misión, no puede ser más ilustrativa. Ninguno cayó “combatiendo” (¿contra quién? sería la pregunta…). Quienes fallecieron lo hicieron por el resultado de desastres naturales (el derrumbe de un edificio), o la caída de un avión de la Fuerza Aérea (donde en 2009 fallecieron sus seis tripulantes) o un accidente de tránsito en la montaña… Ninguno falleció por la “guerra civil” en Haití, o a consecuencia de la violencia civil en este país.
Es más, el informe que las NNUU encargaron a un comité independiente en febrero de 2012 señala que en Haití no hay violencia política, pero sí disturbios por demandas de servicios, por bienes, y también protestas por la introducción del cólera. El informe también destaca la hostilidad del Parlamento haitiano con la MINUSTAH (en 2011 el Senado haitiano votó la salida de la MINUSTAH, pero la misión continuó respaldando a Michel Martelly). Un informe de la UNASUR para el mismo período recoge un conjunto de demandas que incluyen la soberanía alimentaria, a los programas de agua, pasando por la salud o alfabetización, y los presupuesta. Una buena parte de estas cosas no costaba más de 100 millones de dólares anuales. Pues se derramaron 700 millones de dólares anuales en contingentes armados a lo largo de estos 13 años. Y buena parte de la ayuda norteamericana fue para sus propias empresas, y la ayuda al desarrollo se transformó en un negocio…para las empresas de los países desarrollados. Sí, así es, como bien lo saben los testigos de los procesos de reconstrucción de sus países después de una guerra, a mano de empresas extranjeras.
Lo que mata a Haití no es su “violencia interna”, que es lo que la transformaría en una “amenaza a la paz y a la seguridad mundial”. ¿Qué clase de amenaza podría representar Haití? ¿Para quiénes? Lo que mata a Haití es la intervención extranjera; la deuda con Francia que los estranguló por décadas; la intervención norteamericana que provocó la caída de Aristide en 1991; la introducción del cólera por parte de las fuerzas del (des)orden, recién ahora admitido por las Naciones Unidas; el terremoto que mató a 220 mil personas en 2010. Lo que mata a Haití es su analfabetismo, el hambre, la falta de recursos.
La MINUSTAH, encabezada por Brasil y buena parte de los países de América Latina, muchos de ellos enmarcados en el “giro a la izquierda”, no le hizo honor a la independencia y a la autonomía haitiana. En las elecciones de 2010, cuando Jules Celestin quedó segundo en la primera vuelta, y ante las manifestaciones “callejeras”, la MINUSTAH decidió intervenir y “colocar” a Martelly como presidente, forzando a renunciar a Jules Célestin, el mismo que denunció fraude en la elección del año 2015.
Sí, eso hicimos nosotros, las fuerzas progresistas de los países latinoamericanos, pensando –dicen algunos- en evitar un mal mayor: que intervinieran otros. Martelly sembró el camino que hoy recorre Jovenel Moise. En efecto, en la puja política entre, por un lado, movimientos más “progresistas”, “antiimperialistas”, como el que surge con Aristide, continúa con René Preval y sigue con Célestin, y, por el otro, movimientos de políticos empresarios dispuestos a emprender una relación carnal con Estados Unidos y Europa, esta elección resolvió a favor de estos últimos. Y la MINUSTAH, claro está, ayudó a recoger este resultado.
El fin del gobierno de Martelly, al cual la MINUSTAH apoyó sin contrapisas, fue de una violación flagrante a los principios democráticos más elementales. Martelly se negó a convocar elecciones para renovar los cargos parlamentarios en dos instancias sucesivas, hasta conseguir quedarse, finalmente, sin Parlamento. Gobernó por decreto hasta el final. El proceso electoral fue largo y salpicado de irregularidades. No parecía que la MINUSTAH en 12 años hubiera conseguido siquiera sentar las bases de una política electoral institucionalizada y medianamente previsible. El proceso electoral comenzó en agosto de 2015 y terminó en febrero de 2017 con la Presidencia de Jovenel Moise, elegido el 20 de noviembre del 2016 con el 55% de los votos…de menos del 20% de la población. Tuvo unos 550 mil votos de una población apta para votar de más de 6 millones Porque después de haber pasado por todo eso, ¿a quién le importa votar?
La MINUSTAH no trajo democracia al país, no resolvió los problemas de la participación electoral, ni tan siquiera de la limpieza del sufragio. Las elecciones fueron turbulentas, primero con grandes manifestaciones, y luego, con apatía total. Triunfó, claro está, el partido de Martelly. En su campaña, Jovenel anunció la continuidad de las políticas de su antecesor: zonas francas agrícolas, estímulo al turismo de alto lujo, profundización del modelo minero. Anunció que facilitará a los agricultores a vender sus tierras (entre otras cosas, dándoles títulos de propiedad), y eliminará la restricción a la venta de tierras a extranjeros, a efectos de la instalación de las empresas agrícolas dominicanas. También se comprometió a crear Zonas Francas Agroindustriales, con la ayuda del, BID, del Banco Mundial y de la Unión Europea. También se seguirán invirtiendo fuertemente en la minería, donde la presencia del gobierno canadiense (el principal impulsor de la MINUSTAH) es absolutamente mayoritaria. Y mientras el país continúa con su miseria cotidiana, el mundo celebra el enorme parecido de Miss Haití con Jennifer López.
Para la izquierda uruguaya, la presencia de tropas armadas nacionales en Haití, ha sido y sigue siendo un motivo de disgusto, desafección y resistencia política. Tanto la emblemática renuncia de Guillermo Chifflet cuando Uruguay decidió sumarse a UNITAS, como diez años de controversias reiteradas en ambas cámaras en ocasión de renovarse la presencia de nuestras tropas en ese país, revelan lo mucho que nos duele -a varios-, hacer seguidismo de las grandes potencias cuando se trata de América Latina, y de la necesaria solidaridad latinoamericana con los más débiles.
Este regreso es un regreso sin gloria. No dimos ninguna batalla en ningún lado. No volvimos con trofeos de honor, ni insuflados por las grandes palabras: libertad, igualdad, independencia. Allí sigue Haití, pobre, hambriento, necesitado de las cosas más elementales de la vida. ¿Cómo revertir la dependencia económica de Haití, como salir de la trampa del círculo de la ayuda internacional al desarrollo que también hace su negocio? ¿Cómo impedir que se hagan negocios con la pobreza de Haití? ¿Seguiremos preocupándonos por Haití, luego del regreso de nuestras tropas?
Estas preguntas, las más difíciles, las preguntas del subdesarrollo, de la dependencia, de cómo vive la periferia del mundo, la ñata contra el vidrio, sin poder acceder a ninguno de los bienes elementales de la vida, no se contestarán nunca con Ejércitos, ni con armas, ni con tropas. Sólo se contestan con política, con una que reclame cooperación para la autonomía y no se preste nunca a la cooperación para el sojuzgamiento, la dependencia o la humillación de los más débiles.
Constanza Moreira