Este 8 de marzo nos encuentra más preocupadas que nunca. Preocupadas y ocupadas. Preparándonos para una lucha prolongada. Y por eso, el paro anunciado es más oportuno que nunca. Un paro activo. Un paro que nos organiza y nos moviliza. Un paro que nos hace reflexionar profundamente sobre la encrucijada civilizatoria que vivimos. Son tiempos donde la derecha muestra los dientes largos, la Justicia no nos defiende, y aquella América Latina donde las mujeres brillaban como flamantes Presidentas parece ceder a la barbarie y el oscurantismo.
Algunos sucesos acontecidos en estos pocos meses desde que comenzó el año 2017, fueron un llamado de alerta para las mujeres uruguayas. Empiezo por lo primero, lo básico. Las ocho mujeres asesinadas. Algunas, a manos de sus parejas, o ex parejas. Otras, en confusos episodios que sólo subrayan la vulnerabilidad femenina frente a la brutalidad, la fuerza y la determinación del odio hacia las mujeres. “La maté porque era mía”, fue el título de una película francesa, y entraña la verdad más simple: la mujer fue cuerpo antes que alma y razón (se consideraba que la razón sólo pertenecía a los hombres, y por eso, entre otras cosas, las mujeres no votábamos). Las mujeres fueron cuerpo como son cuerpo los animales, tan desprovistas de razón como ellos. Patrimonio del hombre a lo largo de los siglos, fueron un cuerpo a la espera de un servicio superior: la maternidad, el cuidado de los otros, el puro ornamento y la belleza, o la fuerza física empleada en las labores domésticas. Y por eso la historia de las violaciones y asesinatos de mujeres a manos de todos los ejércitos, en todas las guerras, y en todos los tiempos, es la historia silenciada, subalterna, escondida.
A las manifestaciones cada vez más frecuentes de repudio al homicidio de mujeres, le siguieron algunas voces masculinas que en el ámbito público empezaron a reaccionar. ¿Cómo?, decían, ¿no mueren más hombres que mujeres? Les faltó decir: “Estas mujeres exageran”. No, no exageramos. Nombramos: le llamamos “femicidio”. Se mata a una mujer por el solo hecho de ser mujer. Como se mataba a los negros, que también fueron puro cuerpo en la historia de los imperios, hasta que –no hace mucho- conquistaron el derecho a ser libres. Desconocer esta diferencia, es negar la diferencia. Negar la desigualdad. Negar la discriminación. Negar la historia.
A los asesinatos de las mujeres se siguió la sentencia de la jueza Book contra una mujer que había recurrido a los servicios de salud para interrumpir un embarazo. La jueza Book incurrió en una interpretación de la ley –claramente violatoria de su espíritu- en lugar de aplicarla. En el artículo 4º de la Ley Nº 18.987, entre los “Deberes de los profesionales”, se estipula el de “entrevistarse con el progenitor, en el caso que se haya recabado previamente el consentimiento de la mujer”. La ley deja perfectamente claro que la opinión del progenitor sólo será recabada si la mujer lo consiente. Y la palabra recabada, deja claro que esta opinión no es preceptiva, ni determina ningún curso de acción. La jueza no sólo va contra este literal del artículo 4º, sino que determina que tanto los derechos del progenitor como los del no nacido, son superiores a la capacidad de autodeterminación de la mujer. Esto es ir contra la ley, directamente.
Por otra parte, la jueza se ampara en un recurso legal absolutamente insuficiente: que la mujer no dejó constancia de sus “razones” para interrumpir el embarazo. El artículo 3º estipula que la mujer deberá asistir a consulta médica “a efectos de poner en conocimiento del médico las circunstancias derivadas de las condiciones en que ha sobrevenido la concepción (penuria económica, sociales, o familiares o etarias) que a su juicio le impiden continuar con el embarazo en curso”. La ley es clara, dice “poner en conocimiento” (no “justificar”, ya que eso no es un tribunal) y dice “que a su juicio” (y no al juicio de nadie más). La ley estipula que nadie puede determinar por la mujer si el embarazo se interrumpe o continúa: el único juicio válido es el de ella misma. Los médicos no pueden influir en la decisión, y la justicia sólo interviene cuando la mujer es menor de edad o declarada incapaz. La jueza Book actúa como si la mujer fuera menor de edad, o incapaz, y “su” juicio (el de la jueza) fuera superior a la voluntad de la mujer.
Pero además de la jueza Book, hubo dos hombres allí pugnando por ese “cuerpo”: hubo un progenitor que pretendió obligar a una mujer que no deseaba concluir un embarazo a que siguiera adelante con él, y hubo un abogado defensor del hombre, que no vaciló en amedrentar a la mujer primero, y en continuar haciéndolo luego de que ésta tuviera un aborto espontáneo. Esto es violencia. Violencia pura. Cuando las mujeres luchamos por nuestros derechos sexuales y reproductivos, cuando luchamos contra la violencia de género, luchamos por algo básico: luchamos para ser consideradas personas con derechos y no cuerpos al servicio de la sociedad o de los hombres.
En este 8 de marzo, paramos además, por otras cosas. Paramos como modo de lucha por nuestra autonomía económica, por nuestro derecho a ganar igual que los hombres, y por no ser discriminadas. En los lugares donde las mujeres somos mayoría, el salario tiende a deprimirse (como en la docencia), y las jefaturas, en todos las instituciones, tienden a estar en manos de los hombres. Como si las mujeres fuéramos incapaces, poco confiables, o menos inteligentes que ellos.
Este 8 de marzo también paramos para que la sociedad y el Estado reconozcan que el esfuerzo no remunerado de las mujeres es el que nos sostiene a todos. Y que detrás de toda la resistencia conservadora está el íntimo horror de pensar que si nos negamos a cumplir los roles tradicionales ¿a dónde irá a parar la familia, los viejos valores, la sociedad tal como la concebíamos? Y eso es lo que está en cuestión: no sabemos. Estamos construyendo un mundo distinto. Con otros arreglos familiares, donde tengamos la libertad de elegir cómo vivir, y donde nuestra sexualidad no esté bajo el escrutinio de nadie. Y eso causa mucho miedo. Y el miedo causa violencia. Aterra a los que tienen la sartén por el mango. Pues que se enteren: disputamos la sartén… y el mango también…
Este 8 de marzo, las mujeres hacemos paro como una manera de decir “basta”, y de hacer sentir nuestra indignación ante tanta injusticia, y nuestro dolor de ver a un mundo que se resiste a cambiar.
Este 8 de marzo recordemos también el largo camino que llevamos transitado: la dura lucha por el sufragio, por el derecho a educarnos, por el derecho a tener hijos si queremos y a no tenerlos si no queremos, por la libre elección de nuestra sexualidad y de nuestra vida. Recordamos la larga lucha por la paridad política y contra toda forma de discriminación, la lucha contra la violencia de género, contra el femicidio. Todas las luchas nos unen: con sus fracasos, con sus conquistas.
Este 8 de marzo no celebramos, ni homenajeamos. Este 8 de marzo paramos. Es una medida radical, que les va a recordar a muchos que las mujeres no son apenas la mitad del cielo sino la mitad de la tierra. Son tiempos duros. Y a tiempos duros, tengamos altas las miras y encendido el corazón. En este día digámonos, usando las viejas palabras: “Mujeres del mundo unámonos”.