Lo bueno, lo malo y lo feo



El 2016 nos deja un regusto amargo. La inesperada victoria de Trump en Estados Unidos, la sorpresiva victoria del Brexit en Inglaterra, el esperado desenlace del juicio político a Dilma en Brasil, configuran un panorama regional y mundial de afirmación de la(s) derecha(s). Y sobre esto no hay que engañarse.

¿Es la afirmación de la derecha una consecuencia del malestar con la izquierda y sus renuncias? ¿O más bien es el descontento con la globalización? ¿O con la postmodernidad y todas sus manifestaciones líquidas? ¿O de la crisis económica? ¿O el resultado del aprendizaje democrático de la derecha? ¿O los indicios de una nueva contra-hegemonía contra el modelo cultural del progresismo que parece encontrar más adeptos de los que hubiéramos sospechado?

Más allá de que se ensayen explicaciones, lo cierto es que la derecha se afirma en el ámbito económico, político y cultural.

En el campo de las izquierdas, los reproches sobraron. Contra el PT y Dilma y sus decisiones de “aliarse” con la derecha y de separarse de sus bases sociales. Contra la Concertación y Michelle Bachelet por no haber consolidado las reformas para las que fue elegida. Contra Santos y su proceso de negociación con las FARC por cargos políticos en el Parlamento, lo que dejó un sabor agrio entre quienes apoyaban el proceso de paz. Contra la decisión de Cristina de respaldar a Scioli y, al mismo tiempo, por no lograr construir un proyecto político partidario sólido que dejara atrás las viejas bases del peronismo “fisiológico”. Sí, cuando se pierde sobran los reproches. Pero si Santos hubiera logrado la victoria del SI, si Scioli hubiera resultado vencedor, hoy estaríamos sosteniendo otras tesis.

En casa tuvimos un año amargo. El Frente Amplio (FA) llevó adelante una agenda que tuvo poco de izquierda. La Estrategias por la Vida y la Convivencia del gobierno pasado sólo dejaron una flor (la regulación de la cannabis) y unos cuantos cardos (el aumento de penas al tráfico de pasta base, a los funcionarios públicos, la ley de faltas y el aumento de tiempo de “internación” para los adolescentes en infracciones graves con la ley). A ello se sumó el Acuerdo Multipartidario celebrado en el actual período, que trajo la eliminación de las libertades anticipadas y el aumento de penas para el homicidio intencional y para el microtráfico.

En el panorama de la región no pudimos andar peor: la salida de Venezuela del Mercosur es un retroceso político y jurídico de una importancia que sólo aquilataremos en algunos años. Y aunque Uruguay aguantó dignamente la presión de Brasil y Paraguay, no lo hizo con toda la fuerza como para poder decir “no” (se abstuvo) y dejar al Mercosur sin consenso para poder expulsar a Venezuela del bloque. Por otra parte, y en un escenario económico adverso, practicamos la salida “a la uruguaya”  a través de una nueva inversión extranjera en zona franca (una nueva planta de UPM).

Pero esto está ocasionando todos los líos posibles cuando el gobierno nacional no termina de escuchar la voz de sus referentes departamentales y la reflexión social y urbana no es jerarquizada en una estrategia de negocios. Falta diálogo al interior del gobierno y del gobierno con la fuerza política.

Una parte de la agenda que podíamos jugar «por izquierda”, curiosamente, tuvo su impulso desde el Ministerio de Economía y Finanzas. Astori dijo “no va más” con las jubilaciones militares que hace años venimos denunciando como una carga abusiva para el Estado, y como una prueba de los poderes fácticos de una corporación que nada ha perdido. Pero el proyecto no aparece, y en el Senado el grupo que tiene hoy la bancada más poderosa  resiste la aprobación del impuesto a los militares ya acordado.

También tuvimos problemas con los Consejos de Salarios, y el gobierno fue y vino en su posición sobre la fijación de laudos, especialmente para aquellos sectores que no están entre los de mejor competitividad y mayor productividad. La bancarización y la “inclusión financiera” amenazan con reducir empleos en el sector público, y la robotización de los servicios amenaza con dejar a generaciones enteras de veteranos rezagados y a personas de menor instrucción por el camino. El cierre de agencias del BROU está siendo noticia en el final del año.

Por si fuera poco, tuvimos disidencias notorias en la bancada oficialista. Tales disidencias – o al menos las que importan, ya que el resto no dejan de ser testimoniales y no alteran la ecuación política de base – se expresan “por derecha”: la Caja Militar sigue siendo un proyecto que no termina de salir del Ejecutivo y faltan votos para los impuestos militares, pero así para prorrogar la misión en Haití o para aprobar la ley de Zonas Francas.

Para colmo de males, tras haber perdido su mayoría parlamentaria, el FA deberá negociar “por derecha” cada iniciativa de izquierda que tengamos.

De las buenas cosas que heredamos de la década anterior, varias quedaron por el camino. La maciza inversión en las empresas públicas quedó sujeta a problemas de restricción del gasto, y peor aún, a problemas de legitimidad. Luego de la Comisión Investigadora de Ancap,  nuestra principal empresa pública ha quedado colocada entre las instituciones con menor prestigio del país. La ley de Servicios de Comunicación Audiovisual (LSCA) no ha empezado a regir aún, y todo el año recibimos las sentencias de inconstitucionalidad que contra ella pronunció la Suprema Corte de Justicia. La marihuana no ha comenzado a venderse en farmacias. La inseguridad pública es alta, la violencia de género e intrafamiliar no se reduce, la discusión sobre garantizar la presencia de mujeres en los primeros lugares de las listas partidarias dista de ser zanjada y la paridad parece un ideal inaccesible. Y por si fuera poco, una incomprensible sentencia del Tribunal de lo Contencioso Administrativo deja a la “objeción de conciencia” de los médicos contra la interrupción del embarazo en un lugar de privilegio con respecto al derecho de las mujeres a la asistencia. Sobra conservadurismo político y jurídico. Aun dentro de la propia izquierda.

Finalmente, nos enfrentamos a una opinión pública que conjuga malestares tan diversos que quien quiera hacer la revolución de los “indignados” no sabría bien por dónde empezar. La izquierda se expresó en la resistencia. Resistencia a que los números de la Rendición de Cuentas se llevaran puestos los incrementos en salud y educación. Resistencia a la agenda de seguridad y sus aumentos de penas, versus la búsqueda de diálogo y negociación muchas veces infructuosa, para que la balanza, un día, se dé vuelta.

Alguien podría preguntarse entonces qué es lo bueno. Estamos vivos todavía y a pesar de tantas desilusiones, la necesidad de luchar por las ideas se sobrepondrá a las tristezas que todas nuestras derrotas dejaron.

Quedan tres años de gobierno. Nada menos (y nada más). Pero nos queda mucha tela aún para cortar. Y para seguir honrando el calificativo de «gobierno de izquierda».

El FA celebró una elección interna en la que participaron decenas de miles, y tenemos nueva conducción política. Hicimos un Congreso multitudinario, nos comprometimos con la reforma constitucional.

En los tres años que quedan podremos todavía luchar por la reglamentación de la LSCA, la reforma de la Caja Militar, la eliminación de la Justicia Militar y la dignidad del salario de los trabajadores. Podemos aprobar una ley que asegure una mejor representación política de las mujeres el año próximo, y luchar para erradicar la violencia de género, la trata de personas, el abuso infantil, y todas las lacras sociales que son inseguridad pública pero que no se llaman así todavía. Hay una agenda pendiente en materia de discapacidad y leyes laborales que quedaron en el tintero.

En tres años podremos esgrimir la dignidad de decirle muchas veces “no” a los Temer y a los Cartes, y ejercer con dignidad el ser el único gobierno de izquierda que queda en el Mercosur, comprometido con la causa de los pobres, de las mujeres, de los débiles, y sobre todo, de las enormes mayorías para las que el capitalismo siempre fue un sueño incumplido. En tres años podremos preparar las bases para que la elección nos encuentre con un plantel renovado de hombres y mujeres nuevos y nuevas, dispuestos a darle al FA otro aire, otro impulso, otras ideas y otros sueños.

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