Aunque el final se auguraba cabeza a cabeza, aquí en América Latina, a medida que iban llegando los datos, una sensación de incredulidad nos invadía a todos. Y sí, ganó Trump, con su discurso xenófobo, racista y misógino; con su dinero y con su enorme popularidad mediática, al modo berlusconiano. Y ganó con la debilidad de la candidatura de Hillary, más algunas cáscaras de banana que le fueron colocadas oportunamente.
¿Quién lo votó? Sobre eso no hay dos lecturas: hubo una diferenciación social del voto que hace de esta, una elección «ejemplar» entre el proyecto progresista y el conservador, a la escala de lo que EEUU permite (es decir, sin discutir su condición imperial, ni el complejo militar-industrial que lo sostiene, ni la alianza entre la política y los lobbies económicos que hace de ésta una de las democracias más mercantiles del planeta). Con esas salvedades, la diferencia entre demócratas y republicanos en cuanto a la agenda interna es gigante.
La agenda de los derechos de la mujer, sin duda, estaba representada por Hillary y por el Partido Demócrata, que luchó por los derechos sexuales y reproductivos, y por la despenalización del aborto. Trump es un machista de los viejos, de los irreductibles. Las mujeres perderán con Trump, y en eso no se engañaron: el 54% del voto femenino fue para Clinton, y el 42% para Trump (Edison Research para ABC y CBS News).
Los derechos civiles, sociales y políticos de la población afrodescendiente fueron toda una conquista en EEUU. Como lo muestra la película «Missisipi en llamas», en plenos años sesenta, cuando en Uruguay se galvanizaba la unidad del movimiento sindical, los negros no podían entrar en las universidades, eran víctimas de una segregación racial profunda y cotidiana y el país ardía, literalmente, por la violencia interracial. El triunfo de Obama fue un triunfo de la población negra, y el 88% de los negros votó por Hillary; sólo el 8% lo hizo por Trump.
¿Y los hispanos? Siendo una población cada vez más numerosa en EEUU, son descendientes de varias generaciones de migrantes que se van acumulando como capas geológicas en la construcción de esa nueva identidad norteamericana que se iba imponiendo a la de los viejos hombres blancos. La política de migración de los demócratas es radicalmente diferente a la de los republicanos, y los «gestos» (no siempre actos) de Obama hacia Cuba, o la flexibilización de las normas migratorias favorecieron enormemente a esta población. Hay hispanos y negros entre los cuadros políticos del actual gobierno demócrata. Los hubo en su campaña y en sus escuelas de formación política. Los hispanos también votaron mayoritariamente a Clinton: 65% contra 29%.
¿Y los jóvenes? La diferenciación generacional del voto ha favorecido, en general, a las izquierdas y a los progresismos en todo el mundo. A los jóvenes les importa la política de drogas, la educación gratuita, las libertades civiles, abolir el servicio militar obligatorio, la despenalización del aborto. Aquí, en EEUU, en Gran Bretaña. Allí, votaron para permanecer en la Unión Europea y perdieron contra los más viejos y nostálgicos del sueño de la «Gran Albión». En EEUU perdieron también. Sólo el 37% de los jóvenes de 18 a 29 años votó a Trump, el 55% apoyó a Hillary. Entre la población de 30 a 44 años, la diferencia fue de 50% (Hillary) a 42% (Trump).
¿Quién definió entonces la elección? El mapa electoral muestra una costa este y oeste dominada por los demócratas y un corazón «profundo», dominado por los republicanos. Hombres blancos que no quieren a las mujeres, generaciones nostálgicas de lo que recuerdan como un pasado glorioso, defensores de las armas, puritanos escandalizados con la anomia de la modernidad. El mapa del conservadurismo es ese, y sobre el mismo, con tinta roja, verde, violeta han escrito sus victorias las izquierdas, los ecologismos, los feminismos. Es esa lucha y no otra la que acabamos de presenciar en EEUU. Pero el telón de fondo es lo que importa y explica.
La crisis con la que Obama llega a la Casa Blanca, explica buena parte de este «giro a la derecha» en la política estadounidense y fuera de ella: en Europa, en Brasil. La idea de que un buen hombre de negocios, un empresario (un «outsider» de esa «maldita casta» de viejos políticos) puede resolver la crisis, no es nueva. Es la idea de que el empresariado salvará al capitalismo. Y ya nos imaginamos cómo y quién pagará el pato.
La idea de devolverle a EEUU su viejo esplendor se viste de un falso proteccionismo que sólo oculta xenofobia y nacionalismo (mezcla explosiva si las hay, peor aún, cuando hay crisis). Pero lo curioso es cómo esto ha sido tan de recibo en nuestros lares, y especialmente entre la izquierda, que cree que el proteccionismo en EEUU es una buena noticia para el mundo, y es la contracara de su expansión imperial. ¡Nada de eso! Recordemos la Crisis del ’29 y cómo se originó. Lo que Trump dice es que no entrará nada, ni los productos chinos, ni los migrantes latinos… pero no dice que no saldrá nada: ni soldados, ni armas para la guerra, ni productos financieros o tecnologías de la información.
Una parte de la izquierda suspira porque piensa que los tratados de libre comercio, que tanto nos desvelan, serán detenidos por Trump… ¡un problema menos del que ocuparnos! Pero lo que preocupa en el mundo no es el libre comercio, ni la libre circulación de bienes y personas. Lo que hemos denunciado siempre es la asimétrica relación de poder que existe entre las partes de un acuerdo, y cómo los poderosos se quedan con la parte del león, mientras que los colonizados del mundo somos tomadores de decisiones ajenas en la división internacional del trabajo que nos condena a ser meros productores de materias primas y comida para el mundo «desarrollado».
No hay modo de engañarse con Trump. Alcanza con ver quién lo votó para saber que tampoco los estadounidenses se engañaron con él. Pero ganó. Cabe a todos los progresismos preguntarse hoy, ya no sólo por nuestros errores, por la tibieza de nuestras propuestas, por nuestras concesiones a la derecha. Hoy la pregunta es previa a ello y remite a cómo no convencemos a la gente de que vaya a votar, cómo nuestra capacidad de protesta es tan débil, cómo nuestra capacidad de organización queda sometida al juego de los medios de comunicación, el dinero, y la capacidad de ambos de explotar los sentimientos básicos de la gente: la ira, la frustración, el miedo.Poco podemos aventurar hoy sobre el futuro gobierno. Pero los republicanos tienen mayoría en ambas cámaras y un Presidente envalentonado. En su primer discurso, pidió «unidad» para olvidar la división y la lucha de los intereses en pugna en la elección. Habló de la renovación del «sueño americano», que ha sido una pesadilla para quienes vivimos en su patio trasero. Habló del cielo y de Dios. Hizo un guiño hacia los militares. En uno de los países con mayor migración del planeta, sólo se refirió a los «estadounidenses», al EEUU profundo y a los veteranos de guerra. A tenerlo claro